jueves, 9 de abril de 2015

EL CAMBIO CLIMÁTICO, PARA TOMÁRSELO EN SERIO


El próximo 22 de abril se celebra el Día de la Tierra, una de esas celebraciones instauradas por la ONU cuyo objetivo es concienciar a la sociedad de la interdependencia entre los seres humanos, las demás especies y el planeta. Esta celebración, como muchas de las que están relacionadas con el medio ambiente, no pasa de conmemorarse, en el mejor de los casos, con unas pocas palabras dichas por el ministro de turno, o con las rápidas declaraciones de una representante de un grupo ecologista en la sección de sociedad del telediario, antes de los deportes. En los medios escritos, estas noticias aparecen en la sección de Medio Ambiente, como si estuviera desvinculado de cualquier otro aspecto. Sin embargo, su lugar debe ser la portada, y en segundo lugar, la sección de Economía.
Un informe sobre la percepción y los impactos del cambio climático en Europa, realizado por un experto del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) para el partido verde español EQUO, revela que de aquí a 2050 los cultivos en los que España es lider, como el vino, el aceite de oliva o las naranjas, se verán afectados por este fenómeno, al modificarse las condiciones en las que se desarrollan, siendo las zonas actuales de cultivo de esos productos no aptos para ello, por la elevación de las temperaturas, la menor frecuencia de precipitaciones o el aumento en el número de inundaciones. Así, las miles de hectáreas de olivos, vides y naranjos de provincias como Jaén, La Rioja o Valencia verían cómo las cepas y árboles se secan, arruinando a miles de familias. Otro sector primario como es la pesca se verá dañado, tanto en su vertiente de captura como en la acuicultura, debido tanto al aumento de la temperatura del agua como a su mayor acidificación. Además, el turismo, la otra gran industria de nuestro país, y motivo de declaraciones triunfalistas de los dirigentes políticos, también sufrirá por el cambio climático (temperaturas extremadamente altas en verano, menos nieve en invierno...).
Mientras que el 97% de los científicos que tratan este tema están de acuerdo con que el cambio climático está siendo acelerado peligrosamente por las actividades del ser humano, y se verifican miles de estudios que confirman este fenómeno, vemos a menudo cómo estas predicciones son tachadas de “catastrofistas” y “ocurrencias de ecologistas”, porque van en contra de la zona de confort de nuestra visión de las cosas. Sin embargo, cada vez es más frecuente oir decir a personas mayores que “nunca en la vida han visto que hiciera tanto calor en esta época del año”, o que “nunca habían visto el nivel del agua del río tan alto”.
Sólo cuando los poderes públicos se tomen el asunto del cambio climático como lo que es, un problema de primera magnitud que repercutirá en los aspectos económicos de todo un país, y los medios de comunicación lo reflejen como se merece, no sólo por sus consecuencias (inundaciones, sequías, nevadas) en la sección de sucesos, sino como un fenómeno contra el que hay que luchar de forma global, estaremos en condiciones de decir que aún estamos a tiempo de revertirlo.
Artículo aparecido hoy en La Crónica del Pajarito:


viernes, 20 de marzo de 2015

EL AGUA, UN MOTIVO PARA LA CELEBRACIÓN


El domingo 22 de marzo se celebra el Día Mundial del Agua, coincidiendo con las elecciones andaluzas. Esta conmemoración instaurada por la ONU, que se viene celebrando desde 1993, tiene como lema “Agua y Desarrollo Sostenible”, y quiere fomentar, entre otras cosas, el crecimiento económico como solución a todos los problemas. Ya desde la Cumbre de Río de 1992 se resaltó el oxímoron (es decir, la combinación de dos palabras o expresiones de significado opuesto) que suponen los dos términos, pues el desarrollo económico suele estar reñido con la sostenibilidad ambiental. Está claro que en los países en vías de desarrollo, donde el acceso al agua es un privilegio y donde a duras penas se sobrevive con unos pocos dólares diarios, la mejora de las condiciones de vida es algo deseable y esta puede venir de la mano de un cierto crecimiento económico.
Sin embargo, en los países desarrollados, entre los que se incluye España, en los que la pobreza es un drama que está aumentando cada vez más, que se pone de manifiesto, entre otros, con los cortes de agua en los hogares que no pueden hacer frente a los pagos, apelar al crecimiento económico como motor del bienestar se ha demostrado como algo falaz y, en cierto modo, tramposo.
El gobierno saca pecho declarando que somos el país que más crece de la zona euro, llegando a una previsión de crecimiento del PIB para 2015 a una tasa del 2%. Pero ese aumento de riqueza sólo se ha verificado en el aumento de los beneficios de las empresas del IBEX-35 que, en conjunto, ganaron más de 32.000 millones de euros en 2014, un 42% más que el año anterior, mientras que la precariedad laboral campa a sus anchas, todo ello aras de la sacrosanta competitividad empresarial. En el reverso oscuro de ese crecimiento, encontramos, además, la degradación de los espacios naturales, las amenazas ambientales provocadas por la búsqueda desesperada de combustibles fósiles y el agravamiento del cambio climático debido al aumento de los gases de efecto invernadero.
En relación al agua, además de los cortes de suministro, que atentan contra los más elementales derechos humanos, nos encontramos con la privatización del servicio municipal en muchas ciudades, sustrayendo a la ciudadanía el control de este servicio, y dejando a las empresas privadas que hagan y deshagan a su antojo, primando la búsqueda de beneficios particulares al interés general.
En el Día Mundial del Agua, asistiremos seguramente a una serie de discursos hipócritas y buenas palabras, pero dudo que desde los poderes públicos que nos gobiernan actualmente se den los pasos adecuados para solucionar los problemas de la ciudadanía en relación al acceso justo a este bien básico. Sólo con la remunicipalización del servicio de aguas se garantiza el acceso al agua para el conjunto de la ciudadanía. Sólo con el abandono del dogma del crecimiento se asegura una relación entre ser humano y naturaleza que no suponga la destrucción sistemática de ésta última. Sólo con el reconocimiento de los servicios que nos prestan los ecosistemas, especialmente los ligados al agua, iniciaremos el camino hacia el buen vivir.
Artículo aparecido hoy en La Crónica del Pajarito:

miércoles, 11 de marzo de 2015

LA LECCIÓN NO APRENDIDA DE FUKUSHIMA


El 11 de marzo se cumplen cuatro años de la catástrofe nuclear de Fukushima, en la que la central sufrió daños muy severos como consecuencia del terremoto y posterior tsunami que asoló el noreste de Japón ese día. A consecuencia de ese desastre, se emitió a la atmósfera una cantidad indeterminada de gases radiactivos que recorrieron el planeta, siendo detectados hasta en España, además de vertidos radiactivos al mar, la muerte directa de decenas de personas y la evacuación de cientos de miles de habitantes a 30 kilómetros a la redonda de la central, declarándose como “zona muerta” ese área.
Es una ocasión para recordar los peligros de la energía nuclear, de los que en España no somos ajenos, sobre todo por nuestra situación en una zona de alta actividad sísmica, como se ha demostrado recientemente con el terremoto de Ossa de Montiel, de una intensidad de 5,2, o el de Lorca, de 5,1 de magnitud, ocurrido justo dos meses después del terremoto de Japón. De las seis centrales nucleares en activo actualmente en nuestro país, la más antigua de ellas, Garoña, puesta en funcionamiento en 1971, es gemela de la que sufrió el accidente en Fukushima. Aunque cesó su actividad en 2012, el gobierno de Rajoy pretende reabrir la central de Garoña para prolongar su vida útil hasta los 60 años (es decir, hasta 2031), a pesar de las dudas en seguridad que esta central suscita, y de que está ampliamente amortizada. Afortunadamente, las oposición en pleno (salvo CiU y UPyD) se comprometió en diciembre de 2014 a no reabrir Garoña en el caso de que el PP dejara el poder.
Se calcula que las nucleares españolas han cobrado en concepto de amortización de la inversión más de 22.000 millones de euros, a partir de la moratoria nuclear de 1984, una gran parte de esa cantidad asumida por los consumidores a través del recibo de la luz. La apuesta por parte del gobierno popular por las energías “sucias” se pone una y otra vez de manifiesto por su intención de alargar la vida útil de las centrales nucleares, por permitir las prospecciones petrolíferas en Canarias (sin resultados) y la extracción de gas subterráneo por el método del fracking, y por aprobar los recortes a las renovables, acusándolas de todos los males (especialmente del llamado “déficit de tarifa”).
La última escenificación de este apoyo a las fuentes de energía contaminantes se vio la pasada semana con la firma de unos acuerdos entre España, Francia y Portugal, por los que se establecerán conexiones energéticas (principalmente por medio de gasoductos) entre los tres países para que la Península Ibérica deje de ser “una isla energética” y para “abaratar el precio de la energía a los ciudadanos”. Por cierto, que España contribuirá con 1.500 millones de euros a esa interconexión.
Cuatro años después de la catástrofe nuclear de Fukushima, no parece que nuestros gobernantes tengan la más mínima intención de iniciar la transición hacia fuentes de energía 100 % renovables, cosa perfectamente posible en España, según varios estudios, para el horizonte de 2050. Al contrario, se persevera en los errores, poniendo en peligro a los habitantes de nuestro país y con costes económicos y ambientales demasiado elevados. ¿Estamos dispuestos a asumirlos?
Artículo publicado hoy en La Crónica del Pajarito: