sábado, 29 de agosto de 2020

LA NATURALEZA COMO AULA



A sólo una semana del comienzo del curso escolar, y después de seis meses de estar sufriendo la mayor pandemia en 100 años, el sistema educativo se enfrenta al mayor desafío que se les plantea a los gobiernos: cómo volver a clase en medio de la segunda ola de contagios sin que ello suponga el agravamiento de los casos y la vuelta a la situación de confinamiento del mes de marzo, que tantos perjuicios ha supuesto para el normal desarrollo del curso anterior, además de la paralización de la vida económica y social tal y como la conocíamos hasta entonces.

Todos los colectivos relacionados con la educación (docentes, familias, alumnado, sindicatos y plataformas) reclaman una vuelta a clase de una forma segura, evitando que se den las condiciones que propicien los contagios, como las aglomeraciones en las aulas y los espacios comunes, los contactos estrechos entre el alumnado y entre éste y el profesorado. La demanda generalizada en el sector educativo es la bajada de las ratios y el aumento de las plantillas de profesorado, única manera de conseguir que no se den esas condiciones.

Pero esto no es nuevo. Desde hace años se viene denunciando la disminución paulatina del número de profesores en la educación pública, fruto de los sucesivos recortes en los fondos destinados a este fin. En la Región de Murcia, según los sindicatos, se han perdido más de 3.000 docentes en estos últimos ocho años, desde la aprobación de la LOMCE, el aumento de la carga lectiva del profesorado y las rebajas en los presupuestos en Educación. Esto ha dado como resultado la masificación en las aulas, condición nefasta para la contención de la pandemia. Es paradójico que, en nuestra región, mientras se imponen restricciones en las reuniones en lugares públicos, con un máximo de 6 personas no convivientes, se permita que haya 24 niñas y niños en aulas de no más de 40 metros cuadrados.

Muchas son las voces que reclaman introducir un factor que, a menudo, no se ha tenido en cuenta a la hora de planificar la vuelta a clase, y que puede ser fundamental para minimizar el impacto de la Covid-19 en los colegios e institutos. Me refiero a realizar un mayor acercamiento del alumnado a la naturaleza, a los espacios naturales, aunque sean urbanos, para dificultar la transmisión del virus. Ya el filósofo Francisco Giner de los Ríos, ideólogo y fundador de la Institución Libre de Enseñanza, en su obra “Campos escolares” (1884), preconizaba que en la escuela, como conjunto de espacios, debían primar los espacios abiertos sobre las salas cerradas, afirmando, además, que “el ideal de toda escuela es aproximarse al aire libre cuanto sea posible”. En 1909, la pedagoga italiana Maria Montessori estaba convencida de lo necesario que es que los seres humanos no pierdan sus vínculos ancestrales con la naturaleza, y que ésta debe estar imbuida en el proceso educativo, sobre todo a edades tempranas.

En relación a la pandemia, diversos estudios certifican que el riesgo de contagio del coronavirus es 19 veces más alto en espacios cerrados que al aire libre. Se sabe que la mayoría de los contagios tienen lugar en espacios cerrados, locales de ocio, casas, fábricas y salas de reuniones. Asimismo, según varios estudios, aumentar el contacto de niños y jóvenes con la naturaleza es fundamental para luchar contra la pandemia.

El doctor Juan Antonio Ortega, jefe de la Unidad de Salud Medioambiental Pediátrica del hospital Virgen de la Arrixaca de Murcia, preconiza una serie de medidas para mejorar el medio ambiente de los centros escolares. Entre estas medidas, se encuentran, además de las habituales recomendaciones de mantener las distancias de seguridad y evitar aglomeraciones, así como extremar las medidas de higiene de manos, otras más innovadoras como incrementar tanto como sea posible las clases y actividades al aire libre o espacios abiertos, patios o sombras, incorporando áreas aledañas de la comunidad (calle peatonal con árboles o parques urbanos) para el desempeño de esa función, asegurar una ventilación natural óptima y/o con sistemas de ventilación o aire acondicionado, reducir el tiempo de las clases y, por supuesto, reducir las ratios.

El hecho de incrementar el tiempo de contacto diario de los niños con un entorno natural, incorporando ese periodo en la jornada lectiva del alumnado tiene otras ventajas. Un estudio publicado en la revista británica PLOS Medicine, analizando el modo de vida de más de 600 niñas y niños de entre 10 y 15 años, refleja que con solo un incremento en un 3% de zonas verdes en su vecindario se verifica un aumento en 2.6 puntos de media en su Coeficiente de Inteligencia.

El sistema educativo desarrollado en las últimas décadas se ha basado en concentrar al alumnado en centros educativos cerrados, a veces con más de 1.200 personas, de espaldas a la naturaleza, con una serie de materias aisladas unas de otras como compartimentos estancos. Las sucesivas leyes educativas son modificaciones de las anteriores, con cambios meramente cosméticos en la mayoría de las veces, donde la burocracia campa a sus anchas, y en las que no se ha hecho una reflexión profunda sobre la educación que necesitan nuestros jóvenes, en las que el contacto con la naturaleza debe ser una base primordial. Ahora, en estos tiempos de pandemia, tenemos la oportunidad de replantear el sistema educativo, para estar preparados ante futuras situaciones críticas como la que estamos sufriendo.

Articulo publicado hoy en eldiario.es:

https://www.eldiario.es/murcia/murcia-y-aparte/naturaleza-aula_129_6188419.html?fbclid=IwAR1RfBPwsGCh5j0bpKMzSLtGYgtTe3ZjkXm1o3zzHmd8YhfYuX5HzAP9uhE


martes, 25 de agosto de 2020

EL REVERSO DEL TURISMO

España ha sido un imán para los europeos desde hace siglos. En el siglo XIX, multitud de viajeros franceses e ingleses vinieron a la península atraídos por su exotismo, debido a su pasado musulmán, más cercano a Africa que a Europa. De la imaginación de los artistas surgieron obras literarias y musicales inspiradas en los paisajes, historias y monumentos españoles (“Cuentos de la Alhambra” de W. Irving, “Carmen” de Merimée, y su versión operística de Bizet, Gustave Doré y sus dibujos de paisajes españoles…) que maravillaron a los europeos y norteamericanos. A Murcia viajó en 1871 el fotógrafo francés Jean Laurent, dejando una colección de instantáneas que dejaban ver una región pintoresca. 

Esa fascinación por el sur de España continuó tras la Segunda Guerra Mundial, cuando empieza a verificarse un fenómeno, el turismo. En los años 50, a esa España gris, sobre todo en las provincias del litoral, empiezan a venir turistas europeos en busca del sol y la playa, iniciándose la transformación de los pueblos costeros, pasando de tranquilas poblaciones dedicadas a la pesca y la agricultura de secano, que miraban con asombro a los extranjeros, a núcleos urbanos saturados de edificios cada vez más altos, perdiendo paulatinamente las características que las hicieron atractivas. En los años 60 empezaron a sumarse los turistas nacionales, merced a las mejoras económicas del “desarrollismo”, representado por la imagen del Seat 600 atestado de bártulos y familias camino de las playas de Andalucía y del Levante. 

Nuestra región no fue ajena al “boom” turístico. A partir de 1961, la Manga del Mar Menor, propiedad de la familia Maestre, inicia su transformación. De estar formado por una serie de dunas tapizadas de sabinas y enebros, que separan el Mar Menor del Mediterráneo, con actividades económicas tradicionales basadas en la pesca y la explotación salinera al norte, un paisaje que, a buen seguro, habría merecido la catalogación de Parque Nacional, se pasó a una desenfrenada carrera por edificar de cualquier manera todo el espacio disponible, hasta llegar, a principios del siglo XXI, a la saturación que podemos contemplar hoy. Pronto las poblaciones ribereñas del Mar Menor continuaron su estela, seguidas de otros enclaves costeros como Mazarrón, Águilas y San Pedro del Pinatar.

Los últimos 60 años se han caracterizado por una dependencia cada vez mayor de la economía española al turismo. Desde 1955 a 1973 vemos cómo crece el número de visitantes desde 2.500.000 hasta 34.500.000. En 2019 llegaron a nuestro país más de 80 millones de visitantes. El peso del turismo en el PIB español ha pasado de representar el 5,1% en 1970 a convertirse en el sector que más riqueza aporta a la economía española, con un total de 176.000 millones de euros anuales que representan el 14,6% del PIB, además de 2,8 millones de empleos, por encima de la construcción y el comercio. A la Región de Murcia llegaron más de 5,7 millones de turistas en 2019, representando el 11,4% del PIB regional.

Pero estas cifras macroeconómicas tienen un reverso. En primer lugar, la excesiva dependencia del sector turístico provoca que, en situaciones excepcionales, como supone la actual pandemia, tanto el sector como la economía en general se vean afectadas de una forma brutal, como corresponde cuando no hay una diversificación adecuada de las actividades económicas. La masificación de la costa y las grandes ciudades y la proliferación del “turismo de borrachera low-cost” provocan el fenómeno de la “turismofobia”, por sus consecuencias negativas (ruidos, generación de basuras, pérdida de identidad cultural). 

Por otro lado, la degradación ambiental es evidente en los entornos donde se desarrolla de un modo exagerado el sector turístico. En la Región de Murcia, además de haberse visto afectadas las áreas ya desarrolladas, debido a la urbanización excesiva, la invasión de terrenos no aptos para la construcción (ramblas y dominio marítimo-terrestre), a la falta de depuración de aguas residuales, la congestión por el tráfico rodado y la deficiente ordenación del territorio por parte de ayuntamientos, no son pocos los intentos de los promotores turísticos de ocupar espacios protegidos, como ha sido el caso del Parque Regional de Calblanque, Monte de las Cenizas y Peña del Águila y del Parque Regional de Cabo Cope y Puntas de Calnegre, o por razones “estratégicas”, como en el caso de la bahía de El Gorguel. 

Se hace necesario, sobre todo a partir de la situación creada por la crisis sanitaria, un replanteamiento de la economía regional, con una mayor diversificación de las actividades, actualmente demasiado centradas en sectores que provocan la degradación ambiental (agricultura intensiva y sector agroalimentario, turismo, construcción, que suponen en conjunto el 45% del PIB regional). La potenciación de sectores con alto valor añadido y con bajo impacto ambiental debería ser la prioridad del gobierno regional, como la agricultura y la ganadería ecológicas; el llamado ecoturismo, es decir, aquel en el que se privilegia la sostenibilidad, la preservación y la apreciación del medio; la industria de la moda sostenible, la rehabilitación de viviendas con criterios bioclimáticos, el reciclaje y reutilización de residuos de todo tipo (incluidos los residuos electrónicos), así como las energías renovables y la I+D+i; la industria cultural, poniendo en valor la creación de artistas locales, etc. 

La transformación del tejido productivo hacia un modelo que sea diverso, respetuoso con el entorno, a la vez que sea resiliente frente a las situaciones imprevistas, como la que atravesamos, es el único camino para garantizar un futuro en estos tiempos inciertos, sin  que dependamos de situaciones externas que no podemos controlar. Las siguientes generaciones nos lo agradecerán.

Artículo publicado en el blog Futuro Se Escribe Con Verde:

https://futuroseescribeconverde.blogspot.com/2020/08/el-reverso-del-turismo.html?m=1&fbclid=IwAR2yU60lL9TYQC44En7s9hdStk43W5ScTkejdrpJgxuegBVA_LSeD5xyt-g