sábado, 19 de diciembre de 2020

EL MERCADO DEL AGUA




Lo que se temía desde hace años ha llegado: después de especular con el precio de los alimentos, ahora le ha llegado el turno al agua como “mercancía” que cotiza en bolsa, en la Bolsa de Wall Street, concretamente, aunque lo que se nos dice es que lo que cotizan son los derechos de uso del agua en el futuro, no el agua en sí. Nos aseguran que así se controlarán los precios en épocas de sequía, evitando que se disparen. Algo de lo que me permito dudar.

Sin conocer de cerca los intríngulis de las inversiones bursátiles, esta incorporación del agua a los mercados puede significar que los derechos de uso del líquido elemento se paguen al mejor postor, que suelen ser grandes empresas y fondos de inversión dedicadas a la agricultura o al embotellado de agua para su posterior comercialización. Si analizamos lo ocurrido con la especulación con productos alimenticios a partir de 2008, podemos comprobar cómo ésta dio lugar al acaparamiento de tierras, influyendo en los precios de esas tierras y dando como resultado el aumento de los precios de los propios alimentos básicos.

Con respecto al agua, puede ocurrir lo mismo. Ya se están dando casos de privatización de manantiales, como con la multinacional suiza Nestlé en diversos países, incluida EE.UU. España tampoco escapa a la privatización, ya que es el 95% de los manantiales de agua mineral del territorio español está en manos de empresas privadas, siendo el cuarto país europeo en volumen de agua embotellada, llegando a los 5.392 millones de litros en 2015.

En un panorama en el que el cambio climático, lejos de remitir, se va agravando, los mercados se han fijado en este bien de primera necesidad como es el agua para especular y sacar beneficio económico a corto y medio plazo, temiendo los detractores de esta situación que esto dispare los precios del agua, y que estos precios se vean controlados por los dos gigantes económicos, EE.UU. y China, sumiendo al resto de la humanidad en la dependencia de los precios fijados por unos pocos. A pesar de que la ONU declaró en 2010 el acceso al agua como un derecho primordial, ya sabemos que, a menudo, estas declaraciones no pasan de ser brindis al sol, como lo estamos viendo ahora con la situación del Sahara Occidental, en la cual, a pesar de las múltiples resoluciones de la ONU a favor de la libre determinación de este territorio en los últimos 40 años, basta una declaración de Trump apoyando la posición marroquí al respecto para que todo quede en papel mojado.

Hace ya décadas que los expertos hablan de la “guerra del agua”, pudiendo llegar, según algunos, a desencadenarse una Tercera Guerra Mundial provocada por la dificultad cada vez mayor al acceso a este bien, agravado por el cambio climático. Ya ha habido en la historia conflictos bélicos cuyo origen o uno de los factores implicados está en el acceso al agua: la guerra eterna entre Israel y Palestina, la guerra de Siria, el conflicto por las aguas del Tigris y el Eufrates entre Irak, Turquía y Siria, o entre los países limítrofes de la cuenca del río Zambeze, son algunos ejemplos. Se calcula que 2.600 millones de personas (el 40% de la población mundial) carecen de redes de saneamiento adecuadas, y millones de personas deben andar durante más de 6 horas diarias para acceder a fuentes de agua potable.

Según la ONU, en 2050 el consumo de agua aumentará un 44% para satisfacer las demandas industriales y de la población. Además, según el PNUD, el coste del agua no debería superar el 3% de los ingresos de la unidad familiar, pero la realidad es que los países pobres pagan hasta 50 veces más por un litro de agua que sus vecinos más ricos, debido a que tienen que comprar el agua a vendedores privados. Hasta el papa Francisco advirtió en 2017 de la necesidad de garantizar el acceso universal y seguro al agua, advirtiendo del peligro de los conflictos debidos a su escasez.

La cotización en los mercados de futuros de los derechos de uso del agua parece un pequeño paso que no han merecido mucho espacio en los medios de comunicación, pero es un peldaño más en el control por parte de las grandes multinacionales de lo que consumimos, de lo que producimos y, en definitiva, de nuestro futuro.

Artículo publicado el 16 de diciembre en eldiario.es:

https://www.eldiario.es/murcia/murcia-y-aparte/mercado-agua_132_6507391.html


domingo, 29 de noviembre de 2020

¿QUÉ TRANSICIÓN ECOLÓGICA?

Desde que en 2018 apareciera un nuevo ministerio que sustituía al de Medio Ambiente, con el nombre (algo rimbombante) de Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, al estilo del que ya existía en Francia con Macron desde un año antes, el concepto de "transición ecológica" está en boca de todos. Pero, ¿Qué significa este concepto? Se trataría de conseguir un cambio de rumbo en lo económico, desvinculándonos de los combustibles fósiles y reduciendo las emisiones de gases de efecto invernadero para cumplir con nuestros compromisos adquiridos en el Acuerdo de París de 2015. Este objetivo se cumpliría, entre otras medidas, mediante el aumento en la implantación y el uso de las energías renovables, el paulatino abandono de los vehículos de combustión interna y la aprobación de la Ley de Cambio Climático.

Pero, ¿Vamos por el camino correcto? El proyecto de ley español sobre Cambio Climático prevé una reducción de las emisiones en un 23% en los próximos 10 años, cuando desde la UE se calcula que, para cumplir con el Acuerdo de París de no sobrepasar en 1,5ºC la temperatura media del planeta con respecto a la era pre-industrial, esa reducción debería ser de 55%. Por tanto, la ley climática española nacería con falta de ambición y con objetivos claramente insuficientes.

Con respecto a las energías renovables, actualmente suponen el 14% del total de las fuentes energéticas en España, por detrás de los productos energéticos derivados del petróleo (45%) y el gas (21,1%); el resto de las fuentes no renovables lo constituyen la energía nuclear (21,4%) y el carbón (8,6%). Del total de las fuentes renovables, el 46% corresponde a instalaciones de energía eólica, un 16% a la fotovoltaica y el resto (38%) corresponde a otras tecnologías renovables (hidroeléctrica, biomasa, etc.). El sector energético representa algo más del 3% del PIB de España, y casi un punto porcentual de contribución, más de 10.500 millones de euros, viene a través de las energías renovables, que crecen a un ritmo anual del 10%. Cada millón de euros invertidos genera hasta 14 puestos de trabajo, y cada euro en inversión sostenible genera 2 de actividad económica.

Sin embargo, el modelo energético renovable que se aplica tiene bastantes voces críticas. Por un lado, la concentración en unas pocas manos de las instalaciones renovables, grandes empresas como Acciona, Iberdrola, Naturgy, ACS o Abengoa controlan un gran porcentaje del mercado, con la aplicación del "capitalismo verde" a las energías renovables, lejos del control democrático de un bien primordial como es la energía. Por otro lado, el modelo basado en grandes instalaciones que ocupan enormes extensiones de territorio ha sido también cuestionado. Para reemplazar una central eléctrica de gas natural de unos 1.000 MW de potencia, que ocupa una superficie de 1 km2, se requieren más de 50 km2 de terreno para instalar paneles solares, o 150 km2 para instalar turbinas eólicas para generar la misma cantidad de electricidad al año. Según diversos estudios, estas mega-instalaciones, sobre todo las que se construyen en América Latina, llevan aparejadas la adquisición irregular de tierras por parte de grandes desarrolladores, desplazamiento de poblaciones, deforestación, expropiación/privatización de tierras y contratos irrisorios por la renta de parcelas. 

En cuanto a la transformación del modelo de movilidad en nuestro país, basado actualmente en los vehículos de combustión interna, el ministerio de Transición Ecológica la fundamenta principalmente en el fomento de los coches eléctricos, al tiempo que, paradójicamente, prosigue el apoyo a la industria automovilística convencional y al AVE. El vehículo eléctrico, aunque tiene claros beneficios, como la reducción de las emisiones en un 30% (no su eliminación, ya que en la fabricación y en los procesos de carga se producen esas emisiones), su no contribución a la contaminación atmosférica y acústica en las ciudades o la menor generación de residuos, también produce efectos indeseables, como la ocupación del espacio urbano, la congestión del tráfico, la necesidad de seguir construyendo infraestructuras para los coches y, desde el punto de vista de los recursos naturales, la explotación de los elementos necesarios para la fabricación de las baterías, como el litio, el cobalto o el níquel, recursos no renovables que, para su extracción, producen impactos ambientales y sociales.

Entonces, ¿Qué tipo de transición ecológica sería deseable? Para la movilidad, el modelo que se propone desde las organizaciones y partidos ecologistas es, en las ciudades, el de la potenciación del transporte público eléctrico, los desplazamientos a pie y en bicicleta, así como los coches compartidos. Desde el punto de vista energético, se debería fomentar el autoconsumo, ya sea fotovoltaico como eólico, de los consumidores, tanto de forma individual como comunitaria, para conseguir la desconexión de las grandes compañías eléctricas que imponen sus criterios e impiden la rebaja en la factura de la luz. Pero para ello sería necesario reconocer el derecho a autoconsumir energía eléctrica sin ningún tipo de cargo o peaje sobre la energía autoconsumida, sin imponer barreras técnicas, administrativas ni económicas. Por último, la futura Ley de Cambio Climático debería ser más ambiciosa en cuanto a sus objetivos, para poder cumplir lo acordado en diciembre de 2015 en la COP21 de París. 

Una verdadera transición ecológica de la economía debe ser socialmente justa y lo más sostenible posible, para anticiparnos al escenario de escasez de combustibles fósiles, cada vez más difíciles de extraer y menos eficientes, al tiempo que democratizamos el acceso a este bien de primera necesidad que es la energía.

Artículo publicado en el diario.es:

https://www.eldiario.es/murcia/murcia-y-aparte/transicion-ecologica_132_6448555.html

sábado, 10 de octubre de 2020

LAS OTRAS PANDEMIAS

Un grupo de personas forman con los paraguas
un lazo rosa por el cáncer de mama

Es innegable que el mundo está pasando por la crisis sanitaria más grave de los últimos 100 años, con unas cifras acumuladas desde el pasado mes de febrero de más de un millón de muertos y más de 36 millones de afectados a día de hoy debidos a la COVID-19, una pandemia que parece que estamos aún lejos de doblegar y que está trastocando la vida de millones de personas en todo el planeta.

La sobrecarga de información que recibimos por parte de los medios de comunicación de masas y de las redes sociales, en las que se mezclan noticias veraces, procedentes de los grupos de investigación punteros en virología, e informaciones dudosas, cuando no directamente falsas, que sólo traen confusión, han eliminado de las tertulias y las noticias las otras pandemias, situaciones que ya existían antes del mes de diciembre de 2019, fecha fatídica del comienzo de la transmisión global del virus SARS-Cov-2, y que han dejado de ser portada de los principales periódicos y de aparecer en los sumarios de los noticieros televisados.

Siguen existiendo otros problemas de salud, muchos de ellos agravados con la epidemia de COVID-19 y la crisis económica asociada. Algunos son propios de los países desarrollados, como la obesidad, debida más a una mala alimentación que a un exceso de la misma. Se calcula que cinco millones de personas mueren en el mundo al año de esta enfermedad, y está afectando cada vez más a la gente joven, con la costumbre cada vez más extendida de consumir comida “basura”, barata pero muy calórica. Con el aumento de la pobreza estructural, muchas familias se ven obligadas a comprar alimentos de baja calidad para poder subsistir, incidiendo en el aumento de la obesidad, sobre todo en las capas más vulnerables de la sociedad. El 14,5% de la población adulta española es obesa, mientras que casi el 40% tiene sobrepeso. Esos porcentajes son aplicables también a la población infantil y juvenil (entre los 2 y los 24 años), agravados por los confinamientos que han impuesto un modo de vida sedentario. En el otro extremo, en los países más pobres del planeta sigue existiendo la lacra de la hambruna: alrededor de seis millones de niños menores de cinco años mueren todos los años por efecto del hambre; y sumando se contabilizan hasta nueve millones de personas en total, según datos de la FAO.

Lo mismo ocurre con otras enfermedades que no han desaparecido, ni mucho menos, y cuyos tratamientos se han visto afectados por la dedicación casi exclusiva de los servicios sanitarios (atención primaria, ingresos hospitalarios y UCI) al coronavirus. Así, las enfermedades cardiovasculares suponen la principal causa de muerte en el mundo, alcanzándose los 18 millones de fallecimientos al año, más de 115.000 fallecimientos en España, seguido del cáncer, 9,5 millones al año en el mundo. Se diagnostican 280.000 casos de cáncer al año en España, con unos 100.000 fallecimientos. Otras afecciones de la salud (enfermedades respiratorias, diabetes, diarrea, demencia, etc.) golpean a muchas millones de personas, pero su impacto en los medios queda eclipsado por el coronavirus.

Pero, además de las enfermedades que afectan directamente al ser humano, hay otro fenómeno que, de forma indirecta, pone en peligro la supervivencia de la especie humana en las décadas venideras, y que tampoco tiene mucho protagonismo en los sumarios de los telediarios y las portadas de los diarios. El cambio climático prosigue su avance implacable. Según las últimas mediciones, a nivel mundial, septiembre de 2020 fue el septiembre más cálido desde que existen las mediciones. Con un promedio global de 0,05° C más cálido que el anterior septiembre más cálido, el de de 2019, se ha notado sobre todo en Sudamérica, Australia, Medio Oriente y Siberia. Los incendios de California, aún activos desde hace un mes y medio, que han arrasado 400.000 hectáreas; el récord de temperaturas en Siberia, que ha provocado incendios y el deshielo en el Circulo Polar Ártico; la aparición de los llamados “medicanes”, es decir, huracanes del Mediterráneo, como el sufrido en Grecia, nuevo fenómeno que, hasta ahora, se limitaba a las latitudes tropicales, y que son debidos al aumento de temperatura de las aguas mediterráneas, son algunas señales que nos indican que, lejos de amainar, el cambio climático produce consecuencias directas que, no por anunciadas, dejan de ser devastadoras.

A pesar de que los meses de confinamiento han dado un respiro a la Naturaleza, la vuelta a la actividad económica a partir del verano y la segunda ola de contagios posterior ha disparado de nuevo las alarmas, sumándose a las otras pandemias preexistentes que, aunque han perdido protagonismo mediático, siguen ahí. Se deben redoblar los esfuerzos para no solo vencer a este virus, sino para afrontar los otros retos, sanitarios y ambientales, que ponen en riesgo nuestra supervivencia.

Articulo publicado en eldiario.es:

https://www.eldiario.es/murcia/murcia-y-aparte/pandemia_132_6279357.html


sábado, 29 de agosto de 2020

LA NATURALEZA COMO AULA



A sólo una semana del comienzo del curso escolar, y después de seis meses de estar sufriendo la mayor pandemia en 100 años, el sistema educativo se enfrenta al mayor desafío que se les plantea a los gobiernos: cómo volver a clase en medio de la segunda ola de contagios sin que ello suponga el agravamiento de los casos y la vuelta a la situación de confinamiento del mes de marzo, que tantos perjuicios ha supuesto para el normal desarrollo del curso anterior, además de la paralización de la vida económica y social tal y como la conocíamos hasta entonces.

Todos los colectivos relacionados con la educación (docentes, familias, alumnado, sindicatos y plataformas) reclaman una vuelta a clase de una forma segura, evitando que se den las condiciones que propicien los contagios, como las aglomeraciones en las aulas y los espacios comunes, los contactos estrechos entre el alumnado y entre éste y el profesorado. La demanda generalizada en el sector educativo es la bajada de las ratios y el aumento de las plantillas de profesorado, única manera de conseguir que no se den esas condiciones.

Pero esto no es nuevo. Desde hace años se viene denunciando la disminución paulatina del número de profesores en la educación pública, fruto de los sucesivos recortes en los fondos destinados a este fin. En la Región de Murcia, según los sindicatos, se han perdido más de 3.000 docentes en estos últimos ocho años, desde la aprobación de la LOMCE, el aumento de la carga lectiva del profesorado y las rebajas en los presupuestos en Educación. Esto ha dado como resultado la masificación en las aulas, condición nefasta para la contención de la pandemia. Es paradójico que, en nuestra región, mientras se imponen restricciones en las reuniones en lugares públicos, con un máximo de 6 personas no convivientes, se permita que haya 24 niñas y niños en aulas de no más de 40 metros cuadrados.

Muchas son las voces que reclaman introducir un factor que, a menudo, no se ha tenido en cuenta a la hora de planificar la vuelta a clase, y que puede ser fundamental para minimizar el impacto de la Covid-19 en los colegios e institutos. Me refiero a realizar un mayor acercamiento del alumnado a la naturaleza, a los espacios naturales, aunque sean urbanos, para dificultar la transmisión del virus. Ya el filósofo Francisco Giner de los Ríos, ideólogo y fundador de la Institución Libre de Enseñanza, en su obra “Campos escolares” (1884), preconizaba que en la escuela, como conjunto de espacios, debían primar los espacios abiertos sobre las salas cerradas, afirmando, además, que “el ideal de toda escuela es aproximarse al aire libre cuanto sea posible”. En 1909, la pedagoga italiana Maria Montessori estaba convencida de lo necesario que es que los seres humanos no pierdan sus vínculos ancestrales con la naturaleza, y que ésta debe estar imbuida en el proceso educativo, sobre todo a edades tempranas.

En relación a la pandemia, diversos estudios certifican que el riesgo de contagio del coronavirus es 19 veces más alto en espacios cerrados que al aire libre. Se sabe que la mayoría de los contagios tienen lugar en espacios cerrados, locales de ocio, casas, fábricas y salas de reuniones. Asimismo, según varios estudios, aumentar el contacto de niños y jóvenes con la naturaleza es fundamental para luchar contra la pandemia.

El doctor Juan Antonio Ortega, jefe de la Unidad de Salud Medioambiental Pediátrica del hospital Virgen de la Arrixaca de Murcia, preconiza una serie de medidas para mejorar el medio ambiente de los centros escolares. Entre estas medidas, se encuentran, además de las habituales recomendaciones de mantener las distancias de seguridad y evitar aglomeraciones, así como extremar las medidas de higiene de manos, otras más innovadoras como incrementar tanto como sea posible las clases y actividades al aire libre o espacios abiertos, patios o sombras, incorporando áreas aledañas de la comunidad (calle peatonal con árboles o parques urbanos) para el desempeño de esa función, asegurar una ventilación natural óptima y/o con sistemas de ventilación o aire acondicionado, reducir el tiempo de las clases y, por supuesto, reducir las ratios.

El hecho de incrementar el tiempo de contacto diario de los niños con un entorno natural, incorporando ese periodo en la jornada lectiva del alumnado tiene otras ventajas. Un estudio publicado en la revista británica PLOS Medicine, analizando el modo de vida de más de 600 niñas y niños de entre 10 y 15 años, refleja que con solo un incremento en un 3% de zonas verdes en su vecindario se verifica un aumento en 2.6 puntos de media en su Coeficiente de Inteligencia.

El sistema educativo desarrollado en las últimas décadas se ha basado en concentrar al alumnado en centros educativos cerrados, a veces con más de 1.200 personas, de espaldas a la naturaleza, con una serie de materias aisladas unas de otras como compartimentos estancos. Las sucesivas leyes educativas son modificaciones de las anteriores, con cambios meramente cosméticos en la mayoría de las veces, donde la burocracia campa a sus anchas, y en las que no se ha hecho una reflexión profunda sobre la educación que necesitan nuestros jóvenes, en las que el contacto con la naturaleza debe ser una base primordial. Ahora, en estos tiempos de pandemia, tenemos la oportunidad de replantear el sistema educativo, para estar preparados ante futuras situaciones críticas como la que estamos sufriendo.

Articulo publicado hoy en eldiario.es:

https://www.eldiario.es/murcia/murcia-y-aparte/naturaleza-aula_129_6188419.html?fbclid=IwAR1RfBPwsGCh5j0bpKMzSLtGYgtTe3ZjkXm1o3zzHmd8YhfYuX5HzAP9uhE


martes, 25 de agosto de 2020

EL REVERSO DEL TURISMO

España ha sido un imán para los europeos desde hace siglos. En el siglo XIX, multitud de viajeros franceses e ingleses vinieron a la península atraídos por su exotismo, debido a su pasado musulmán, más cercano a Africa que a Europa. De la imaginación de los artistas surgieron obras literarias y musicales inspiradas en los paisajes, historias y monumentos españoles (“Cuentos de la Alhambra” de W. Irving, “Carmen” de Merimée, y su versión operística de Bizet, Gustave Doré y sus dibujos de paisajes españoles…) que maravillaron a los europeos y norteamericanos. A Murcia viajó en 1871 el fotógrafo francés Jean Laurent, dejando una colección de instantáneas que dejaban ver una región pintoresca. 

Esa fascinación por el sur de España continuó tras la Segunda Guerra Mundial, cuando empieza a verificarse un fenómeno, el turismo. En los años 50, a esa España gris, sobre todo en las provincias del litoral, empiezan a venir turistas europeos en busca del sol y la playa, iniciándose la transformación de los pueblos costeros, pasando de tranquilas poblaciones dedicadas a la pesca y la agricultura de secano, que miraban con asombro a los extranjeros, a núcleos urbanos saturados de edificios cada vez más altos, perdiendo paulatinamente las características que las hicieron atractivas. En los años 60 empezaron a sumarse los turistas nacionales, merced a las mejoras económicas del “desarrollismo”, representado por la imagen del Seat 600 atestado de bártulos y familias camino de las playas de Andalucía y del Levante. 

Nuestra región no fue ajena al “boom” turístico. A partir de 1961, la Manga del Mar Menor, propiedad de la familia Maestre, inicia su transformación. De estar formado por una serie de dunas tapizadas de sabinas y enebros, que separan el Mar Menor del Mediterráneo, con actividades económicas tradicionales basadas en la pesca y la explotación salinera al norte, un paisaje que, a buen seguro, habría merecido la catalogación de Parque Nacional, se pasó a una desenfrenada carrera por edificar de cualquier manera todo el espacio disponible, hasta llegar, a principios del siglo XXI, a la saturación que podemos contemplar hoy. Pronto las poblaciones ribereñas del Mar Menor continuaron su estela, seguidas de otros enclaves costeros como Mazarrón, Águilas y San Pedro del Pinatar.

Los últimos 60 años se han caracterizado por una dependencia cada vez mayor de la economía española al turismo. Desde 1955 a 1973 vemos cómo crece el número de visitantes desde 2.500.000 hasta 34.500.000. En 2019 llegaron a nuestro país más de 80 millones de visitantes. El peso del turismo en el PIB español ha pasado de representar el 5,1% en 1970 a convertirse en el sector que más riqueza aporta a la economía española, con un total de 176.000 millones de euros anuales que representan el 14,6% del PIB, además de 2,8 millones de empleos, por encima de la construcción y el comercio. A la Región de Murcia llegaron más de 5,7 millones de turistas en 2019, representando el 11,4% del PIB regional.

Pero estas cifras macroeconómicas tienen un reverso. En primer lugar, la excesiva dependencia del sector turístico provoca que, en situaciones excepcionales, como supone la actual pandemia, tanto el sector como la economía en general se vean afectadas de una forma brutal, como corresponde cuando no hay una diversificación adecuada de las actividades económicas. La masificación de la costa y las grandes ciudades y la proliferación del “turismo de borrachera low-cost” provocan el fenómeno de la “turismofobia”, por sus consecuencias negativas (ruidos, generación de basuras, pérdida de identidad cultural). 

Por otro lado, la degradación ambiental es evidente en los entornos donde se desarrolla de un modo exagerado el sector turístico. En la Región de Murcia, además de haberse visto afectadas las áreas ya desarrolladas, debido a la urbanización excesiva, la invasión de terrenos no aptos para la construcción (ramblas y dominio marítimo-terrestre), a la falta de depuración de aguas residuales, la congestión por el tráfico rodado y la deficiente ordenación del territorio por parte de ayuntamientos, no son pocos los intentos de los promotores turísticos de ocupar espacios protegidos, como ha sido el caso del Parque Regional de Calblanque, Monte de las Cenizas y Peña del Águila y del Parque Regional de Cabo Cope y Puntas de Calnegre, o por razones “estratégicas”, como en el caso de la bahía de El Gorguel. 

Se hace necesario, sobre todo a partir de la situación creada por la crisis sanitaria, un replanteamiento de la economía regional, con una mayor diversificación de las actividades, actualmente demasiado centradas en sectores que provocan la degradación ambiental (agricultura intensiva y sector agroalimentario, turismo, construcción, que suponen en conjunto el 45% del PIB regional). La potenciación de sectores con alto valor añadido y con bajo impacto ambiental debería ser la prioridad del gobierno regional, como la agricultura y la ganadería ecológicas; el llamado ecoturismo, es decir, aquel en el que se privilegia la sostenibilidad, la preservación y la apreciación del medio; la industria de la moda sostenible, la rehabilitación de viviendas con criterios bioclimáticos, el reciclaje y reutilización de residuos de todo tipo (incluidos los residuos electrónicos), así como las energías renovables y la I+D+i; la industria cultural, poniendo en valor la creación de artistas locales, etc. 

La transformación del tejido productivo hacia un modelo que sea diverso, respetuoso con el entorno, a la vez que sea resiliente frente a las situaciones imprevistas, como la que atravesamos, es el único camino para garantizar un futuro en estos tiempos inciertos, sin  que dependamos de situaciones externas que no podemos controlar. Las siguientes generaciones nos lo agradecerán.

Artículo publicado en el blog Futuro Se Escribe Con Verde:

https://futuroseescribeconverde.blogspot.com/2020/08/el-reverso-del-turismo.html?m=1&fbclid=IwAR2yU60lL9TYQC44En7s9hdStk43W5ScTkejdrpJgxuegBVA_LSeD5xyt-g

viernes, 24 de julio de 2020

SPAIN IS STILL DIFFERENT

En los años 60, en una España sometida a una férrea dictadura, el entonces ministerio de Información y Turismo, comandado por Manuel Fraga, ideó un eslogan para atraer al turismo internacional -'Spain is different'- para distinguirnos del resto de Europa, esa Europa moderna y democrática, y que los turistas conocieran las bondades del país más pobre del continente, sólo por encima de Portugal.


En 2020 podemos decir que 'España es aún diferente'. En el resto de Europa se está verificando la llamada 'ola verde', con el ascenso de los partidos verdes en Francia, donde recientemente se han hecho con las alcaldías de algunas de las principales ciudades (Lyon, Marsella, Burdeos, Grenoble, Tours, Besançon, Estrasburgo…); en Alemania, donde gobiernan el estado federal más próspero, Baden-Württemberg, desde 2011, y representan el 9% del Parlamento alemán; en Austria, donde gobiernan con los conservadores desde enero, tras conseguir el 14% de los votos; en Holanda, donde en 2017 consiguieron el 9,1% de los votos y pasaron de cuatro a catorce escaños en el Parlamento… En todos los casos, se ha verificado que la opción verde es la mejor manera de frenar el ascenso de la ultraderecha en Europa, y su presencia ha obligado a los gobiernos europeos a dar un giro ecologista a sus políticas.

Sin embargo, España se resiste a seguir la estela de nuestros vecinos europeos, como se ha demostrado en las recientes elecciones autonómicas de Galicia y Euskadi, única ocasión, junto con las elecciones andaluzas de 2018, en las que un partido verde, Equo, se ha presentado en solitario a unos comicios desde aquel lejano 2011, año de la aparición del partido y fecha de las generales del 20N. En todas estas citas electorales, Equo no ha conseguido más del 1,3% de los votos, precisamente en las elecciones vascas, a pesar de haber sido el candidato mejor valorado en el debate electoral televisado por EiTB. ¿Por qué ocurre esto?

En mi opinión, varias son las razones del poco éxito (por ahora) de los partidos verdes en nuestro país. En primer lugar, el predominio de los bloques izquierda-derecha, herederos de la Transición, con el añadido de los aspectos identitarios en las comunidades “históricas” (entrecomillado, porque para mi todas las Comunidades Autónomas tienen historia), donde se contraponen la defensa de los intereses de la clase empresarial frente a los de la clase trabajadora, y donde el medio ambiente no es más que un añadido en sus programas electorales, en vez de ser el centro de las políticas que deben regir todos los aspectos (economía, fiscalidad, aspectos sociales), incluso en aquellos partidos que habían venido para cambiar este país, aunque no han tardado en asimilarse a los partidos tradicionales, pagándolo con su paulatino retroceso elección tras elección.

La existencia de altas tasas de precariedad laboral y pobreza estructural en la sociedad española ha desplazado el debate hacia la búsqueda de soluciones urgentes, a menudo sin percatarse de que esas soluciones deben incluir indefectiblemente el componente ambiental, sobre todo por la amenaza de la emergencia climática que pende como una espada de Damocles sobre nuestro futuro a medio plazo. Otra causa es el hecho de que, desde 2012, no se ha trabajado para conseguir una opción verde autónoma, sino que el partido verde se ha integrado en coaliciones, alianzas y confluencias de todo tipo cuya primera consecuencia ha sido la invisibilidad y el poco conocimiento de la población en general, confundiéndolo a veces con un grupo ecologista, en el mejor de los casos o ignorando su existencia, la mayoría de las veces.

Sin embargo, cada vez es más frecuente la preferencia de la militancia y simpatizantes de los verdes españoles hacia la conformación de una opción independiente de otras fuerzas políticas, libre para enviar sus propios mensajes de calado, basados en la ecología política, y no en la socialdemocracia ni en el liberalismo que no son eficaces para cambiar la realidad, como se demuestra después de 40 años de alternancia en el poder.

También hay que hacer autocrítica. El partido verde en España no consigue aumentar su base social, a pesar del empuje de la juventud con los movimientos Juventud por el Clima y Viernes por el Futuro, tal vez desencantados por la deriva de los partidos políticos, ni atrae a una mayoría de simpatizantes, por un lado por la falta de conocimiento de su existencia y, tal vez, por la aún escasa conciencia ecologista de la mayoría de la población.

La irrupción de Equo en el panorama de las elecciones gallegas y, sobre todo, de las vascas, a pesar de no haber conseguido el ansiado escaño, objetivo que sí ha alcanzado la extrema derecha, debe ser el primer paso para que dejemos de ser la anomalía de Europa y desterremos el dichoso eslogan, porque, desgraciadamente, 'Spain is still different'. La 'ola verde' se resiste a irrumpir en España pero, tarde o temprano, llegará.

Artículo que me publica hoy eldiario.es:


miércoles, 10 de junio de 2020

EL DESPILFARRO ALIMENTICIO, UN PROBLEMA INSOSTENIBLE

Ante todo, un dato: En España se tiraron en 2018 a la basura más de 1.300 millones de kilos de alimentos, de los cuales más de 200 millones corresponden a residuos alimenticios de las casas, un 84,2% fue directamente de la nevera al cubo, sobre todo frutas, hortalizas y lácteos, y el otro 15,8% acabó en el vertedero después de cocinado. Y no sólo eso, sino que esa cantidad es un 8,9% más elevada que en 2017. Ese despilfarro se acentúa en verano con las altas temperaturas. En el conjunto de la UE, la cantidad que los hogares despilfarran se dispara, alcanzando la cifra de 46,5 millones de toneladas anuales.
Entre un 25 y un 30% de los alimentos producidos en el planeta son desperdiciados, ya sea porque las grandes cadenas de distribución exigen unos calibres y formas determinadas, rechazando los demás productos aunque sean perfectamente comestibles, ya sea porque esas cadenas de supermercados tiran a la basura los alimentos que están cercanos a su fecha de caducidad, aunque muchos de esos productos van a parar a los bancos de alimentos y a comedores sociales, o por el desperdicio de alimentos procedentes de la restauración y la hostelería, cantidad que supone el 14% del total.
Para la producción de esos alimentos que se desechan se utiliza la cuarta parte del agua destinada a la agricultura en balde y un coste económico mundial de casi un billón de dólares anuales, además de traducirse en el 8% del total de las emisiones de gases de efecto invernadero que agravan aún más la emergencia climática.
¿Qué remedio tiene esta situación? Como siempre, hay dos vías, por un lado la responsabilidad individual y, por otro, el fomento por parte de las instituciones de soluciones imaginativas y, sobre todo, rentables. Desde el punto de vista de los consumidores, es necesario adquirir hábitos como no comprar más de lo necesario, congelar alimentos para ser consumidos más adelante y realizar una cocina de aprovechamiento. Además, las nuevas tecnologías nos permiten el uso de aplicaciones que conectan a personas entre sí mediante redes colaborativas para ceder el excedente de alimentos que tenemos en la nevera o en nuestras despensas si no van a ser consumidos, evitando así el despilfarro.
Desde el punto de vista institucional, la UE pretende, dentro de su estrategia FOOD 2030, que se elimine el despilfarro alimenticio, entre otros objetivos. Para ello, se quiere mejorar el etiquetado, para simplificarlo de cara al consumidor en cuanto a la información sobre fechas de caducidad y de consumo preferente (en este caso, aunque se supere la fecha indicada, ese producto es apto para el consumo durante un tiempo añadido), así como medir mejor la demanda de alimentos por parte de las cadenas de distribución para evitar que se tiren a la basura los excedentes no vendidos.
Hay, además, otro camino, desde el mundo empresarial. Se trata de los “outlet de alimentos”, es decir, cadenas de supermercados que se surten de excedentes que les han sido devueltos a los fabricantes, bien porque está cercana su fecha de caducidad o por defectos en el empaquetado, además de ponerse en contacto directamente con los productores agrícolas, que les venden a bajo precio productos rechazados por las grandes cadenas distribuidoras por su forma no estándar o su calibre demasiado grande o demasiado pequeño.
De ese modo se ponen a disposición de los consumidores productos alimenticios en perfecto estado a precios muy competitivos, dándoles una segunda oportunidad a los alimentos al tiempo que se contribuye a paliar tanto la crisis económica de las familias como la crisis ecológica del planeta. Ese modelo de negocio es habitual en países como Francia, Reino Unido, Alemania o Estados Unidos y, de momento, en España se están abriendo supermercados de este tipo en Madrid, Zaragoza y Barcelona.
El despilfarro de alimentos se da principalmente en el mundo desarrollado. En un mundo donde 815 millones de personas están subalimentadas en la actualidad y donde la malnutrición causa el 45% de las muertes en los niños menores de 5 años, 3,1 millones de niños cada año, es, por un lado, una inmoralidad y, por otro, está acelerando el cambio climático de un modo implacable. Acabar con este problema debe ser una prioridad que tiene que ser abordada de inmediato.
Articulo publicado hoy en eldiario.es:

VIVIMOS A CRÉDITO

El pasado 27 de mayo España agotó el “crédito ecológico” que tenemos en función de los hábitos de consumo de sus habitantes, del modelo de explotación de los recursos naturales que seguimos, la gestión de los residuos que generamos, el nivel de uso de energías renovables y los Gases de Efecto Invernadero (GEI) que emitimos. Es decir, que si todos los habitantes de la Tierra vivieran a nuestro ritmo, a partir del 28 de mayo ya no habría recursos naturales que utilizar (agua, energía, alimentos…), y estaríamos condenados a la extinción. O, dicho de otro modo, necesitaríamos dos planetas y medio para subvenir a nuestras necesidades para la supervivencia. Esa fecha se conoce como Día de la Sobrecapacidad de la Tierra, y es diferente para cada país, dependiendo de su huella ecológica.
Pero, ¿qué es la huella ecológica? Este concepto, creado en 1996 por los profesores William Rees y Mathis Wackermagel, se refiere a la superficie necesaria de tierra o agua ecológicamente productivos (cultivos, pastos, bosques o ecosistemas acuáticos) y también el volumen de aire necesarios para generar recursos y asimilar los residuos producidos por cada población determinada de acuerdo a su modo de vida.
El país del mundo con mayor huella ecológica es Qatar, un pequeño país árabe del tamaño de Asturias de poco más de 2 millones de habitantes. Pues bien, si todo el planeta tuviera el nivel de vida de Qatar, necesitaríamos casi cinco planetas para subsistir, y nuestro crédito planetario se habría agotado el pasado 11 de febrero. Le siguen Luxemburgo, Emiratos Árabes Unidos, Kuwait, EE.UU. y Canadá en cuanto al ritmo de uso de los recursos naturales. España está en el puesto 26. Sólo gracias a que países en vías de desarrollo viven a un ritmo mucho más pausado en cuanto a la generación de residuos y al agotamiento de recursos se compensa este hecho.
Cada año que pasa alcanzamos antes el Día de Sobrecapacidad de la Tierra. Así, en 2018 España alcanzó esa fatídica fecha el 11 de junio, y el año pasado, el 29 de mayo. Pero, ¿en qué fecha se alcanzará el limite de uso de los recursos que se pueden regenerar de forma global en todo el planeta? En 2019 ese día fue el 27 de julio, por lo que seguramente en 2020 alcanzaremos la sobrecapacidad planetaria a mediados de ese mes. El resto del año vivimos en el llamado "déficit ecológico", utilizando los recursos de otros territorios o los de futuras generaciones, hipotecando así nuestra supervivencia. Si se sabe que en 1970 prácticamente habíamos llegado a final de año sin haber usado ese crédito, y que cada vez, desde entonces, se va adelantando la fecha, de aquí a poco tiempo nos enfrentaremos a un serio problema de recursos, aunque no parece que nos demos por enterados.
Según la Red Global de la Huella Ecológica (Global Footprint Network en inglés), organización no gubernamental creada en 2003 para medir los recursos que usamos y el modo de gestionarlos, actualmente ya necesitamos más de un planeta y medio para asegurarnos la supervivencia a medio y largo plazo. Se calcula que en 2050 requeriremos de tres planetas para satisfacer las necesidades de los 10.000 millones de habitantes que poblaremos nuestro ya superpoblado hogar. Es evidente que cada año que pasa estamos poniendo en riesgo nuestra vida futura.
Numerosas son las páginas de internet que nos aconsejan cómo reducir nuestra huella ecológica, y todas coinciden en lo esencial: de modo individual usando menos el coche y más la bici y el transporte público, reduciendo nuestro gasto energético y de agua en casa, comprando productos locales y de temporada, reduciendo nuestro consumo de carne, y contribuyendo al reciclaje de residuos y a la reducción en el consumo. Desde las instituciones se puede reducir la huella ecológica mediante una serie de acciones que incluyen el fomento del uso de energías renovables, la implementación de políticas agropecuarias sostenibles, la lucha contra la obsolescencia programada, la limitación en la extracción de recursos naturales o la aplicación de una fiscalidad verde, entre otras medidas, todo ello desde una perspectiva de género, ya que las mujeres son las que padecen los mayores impactos en las crisis sociales y ambientales.
Si seguimos la tendencia marcada en los últimos 40 años, podemos inferir que, de aquí a unos pocos años, habremos agotado totalmente el crédito que el planeta nos otorga cada año para asegurar nuestra supervivencia, dejando a las generaciones futuras una situación insostenible e injusta. No lo permitamos.
Articulo publicado en el diario.es:

lunes, 11 de mayo de 2020

MÁS ALLÁ DEL CRECIMIENTO ECONÓMICO

Cada vez somos más los que pensamos que el PIB no es un indicador adecuado para reflejar la realidad de un país, al poner de relieve solamente el valor monetario de la producción de bienes y servicios, dejando fuera aspectos como el nivel educativo o cultural de una sociedad, la salud o la huella ecológica de las actividades económicas.

Desde que, en los años 90, el profesor emérito de Economía de la Universidad Paris-Sur Serge Latouche lanzara la teoría del decrecimiento, a partir de trabajos anteriores de personas como el economista y matemático rumano Nicholas Georgescu-Roegen, creador del concepto de bioeconomía en los años 70, de la filósofa Hannah Arendt y, sobre todo, a partir del informe del Club de Roma “Los límites del crecimiento” de 1972, donde se cuestionaba por primera vez las supuestas bondades del crecimiento económico y se establecían los límites biofísicos del planeta, justo antes de la crisis del petróleo, los hechos están dando la razón tanto a los científicos, como a las asociaciones ecologistas y a las organizaciones políticas verdes.
Las soluciones que se proponen en este estudio están recogidas desde hace décadas en los programas de los partidos verdes, con éxito moderado (o casi nulo en el caso de España), debido principalmente a la resistencia de las sociedades occidentales a modificar hábitos y de las instituciones a poner coto a sus políticas basadas en la construcción de grandes infraestructuras, en el fomento de industrias y actividades contaminantes y en la supeditación de la protección del medio ambiente a la actividad económica. Un ejemplo de ello lo estamos viviendo en la Región de Murcia con la reciente aprobación por parte del Partido Popular y Ciudadanos, con el apoyo de Vox, del Decreto Ley de de Mitigación del Impacto de la COVID-19 en el Área de Medio Ambiente, una maniobra para facilitar la actividad económica, sobre todo en materia urbanística, a costa de nuestros maltrechos espacios naturales, sobre todo costeros, reduciendo los trámites ambientales para llevar a cabo esas actividades.
Estas soluciones pasan por la relocalización de la economía, la agricultura y el comercio de proximidad, el reparto del trabajo, la reducción en el uso de los recursos naturales, la generalización del uso de las energías renovables, de forma paralela al abandono de los combustibles fósiles, en definitiva, la descarbonización de la economía que nos permita cumplir con los compromisos adquiridos en la Cumbre del Clima de Paris de 2015.
Aunque estamos pasando por un periodo de parón de la actividad, reflejado en el descenso del PIB, los gobiernos europeos están reaccionando para mitigar de la mejor manera los efectos económicos de la pandemia. Incluso el grupo de Los Verdes Europeos en el Parlamento Europeo propone un plan de recuperación de cinco billones para una reconstrucción verde. Este descenso del PIB ha dado aun respiro a los ecosistemas, pero esto puede ser un espejismo. Todos los organismos internacionales pronostican que la recuperación económica llegará según tres modelos. Dos de ellos prevén una vuelta al PIB anterior a la crisis, incluso superándolo: son los llamado modelos en V y en U, siendo el segundo más gradual que el primero. El tercer modelo es más negativo, el modelo en L, que afectaría principalmente a la cultura, la hermana pobre de la industria en nuestro país.
Esa vuelta al PIB positivo, que en España se cifra en un 6,8% para 2021, significará un nuevo aumento de la presión sobre los ecosistemas, tal y como ocurría hasta ahora, por lo que parece que no hemos aprendido nada. Pero el concepto de decrecimiento está yendo más allá de la teoría, y ya aparecen propuestas políticas concretas, como las realizadas por un grupo de 170 académicos holandeses que han planteado en un manifiesto una serie de puntos para el cambio económico post crisis del Covid-19, incluyendo el abandono del PIB, construir una estructura económica basada en la redistribución, transformar la agricultura hacia una regenerativa, reducir el consumo y los viajes, así como reducir la deuda.
Tal y como concluye el estudio citado anteriormente, estamos ante una oportunidad de dejar de lado este indicador macroeconómico que es directamente proporcional a la destrucción del planeta y explorar trayectorias socioeconómicas más allá del crecimiento económico para las generaciones futuras.
Artículo publicado hoy en eldiario.es:

martes, 21 de abril de 2020

EL ESCENARIO POST-COVID-19, UNA VENTANA DE OPORTUNIDADES

Foto: EFE
En estas semanas de confinamiento salen a la luz numerosos artículos y estudios, como el realizado por la organización ambiental WWF, que relacionan la destrucción de la naturaleza, la pérdida de biodiversidad y el avance del cambio climático con la proliferación de patógenos en general y del coronavirus en particular. Por ejemplo, se ha comprobado que la eliminación de hábitats, la deforestación, la agricultura y la ganadería intensivas, el tráfico de animales vivos y el consumo de animales exóticos, ya sea como alimento, como medicina o como amuletos favorece la zoonosis, es decir, la transmisión de virus de una especie a otra, incluida la especie humana. Ya se ha citado que la contaminación atmosférica, especialmente debida a partículas en suspensión acelera la transmisión del coronavirus.
Es un hecho que el estado de alarma planetario ha reducido sensiblemente tanto las emisiones de gases de efecto invernadero como la contaminación, hasta niveles nunca vistos en los últimos años. Así, China ha disminuido en un 25% sus emisiones con la situación de epidemia. En Europa, las emisiones contaminantes también se han reducido, sobre todo en las grandes ciudades y las zonas industriales. Sin embargo, ¿es consciente el mundo de que es necesario mantener esta tendencia para cuando esta crisis sanitaria se supere? ¿O será sólo un espejismo y a esta situación irá seguida de un efecto rebote que multiplicará las emisiones para volver a lo que había o, peor aún, a superarlo?
Durante décadas los científicos han alertado de los efectos nocivos de una actividad económica desaforada sobre el planeta, siendo totalmente ignorados porque sus advertencias iban en contra del crecimiento económico y de la consecución de beneficios a corto plazo, aunque nos están llegando señales inequívocas de la degradación ambiental generalizada desde hace años. Ha hecho falta una pandemia para que seamos testigos de la recuperación, aunque sea parcial, de los ecosistemas, al dejar que la naturaleza funcione sin alteraciones humanas, aunque sea a pequeña escala, ya que décadas de acción antrópica sobre el medio no pueden ser eliminadas de un plumazo.
La cuestión es si esta crisis sanitaria hará replantearse a los gobiernos nuestro modo de producir, nuestra manera de consumir y de movernos o, al contrario, una vez que pase la pandemia, olvidaremos sus consecuencias y seguiremos cambiando de coche cada dos años, de móvil cada seis meses, usaremos el vehículo privado para movernos a la vuelta de la esquina, los gobiernos seguirán sin invertir en transporte público, sin favorecer la movilidad sostenible en las ciudades, o fomentando industrias contaminantes, por poner algunos ejemplos.
¿Se producirá la tan ansiada transición ecológica de la economía? ¿O se seguirá invirtiendo en sectores que generan una gran huella ecológica, depredadores del territorio y que tantas consecuencias negativas provocan, incluido el establecimiento de las condiciones favorables para que las epidemias se transmitan con mayor facilidad? Ni siquiera las sucesivas Cumbres del Clima han hecho mella en la voluntad de los gobiernos, manteniéndose las emisiones y la actividad económica.
Pero parece que algo está cambiando. Ministros de Medio Ambiente de 10 países de la UE, incluida España, 79 eurodiputados de 17 países miembros, 37 directores generales de otras tantas empresas europeas, asociaciones empresariales, sindicatos y diversas ONGs se han adherido al manifiesto “Green Recovery” (Recuperación Verde), redactado y propuesto por Pascal Canfin, del grupo parlamentario de Los Verdes y presidente del Comité de Medio Ambiente del Parlamento Europeo, por el que se plantean inversiones masivas para afrontar un escenario post-Covid19, de modo que se aborde una transición de la economía según el prisma verde, es decir, que sea neutra para el clima, que incluya la protección de la biodiversidad y la transformación de los sistemas agroalimentarios para mejorar el modo de vida de todos los ciudadanos del mundo, así como de contribuir a la construcción de sociedades más resistentes, tal y como reza el manifiesto. De esa manera, se combinan dos luchas que deben ir íntimamente ligadas, la lucha contra pandemia futuras y contra el cambio climático.
 El escenario post-Covid19 debe ser una ventana de oportunidad para cambiar nuestra visión y conseguir un mundo más saludable, más sostenible y más justo.
Articulo publicado hoy en el diario.es:

miércoles, 1 de abril de 2020

ALGUNAS REFLEXIONES DURANTE LA CRISIS SANITARIA

Foto EFE
Ya llevamos dos semanas de confinamiento, en las que solamente nos relacionamos con los demás a través de redes sociales y videollamadas, por aquello de vernos las caras, y en las escasas ocasiones en las que salimos a la calle a hacer las compras imprescindibles, salvo las personas que tienen perro, que pueden salir tres veces al día (afortunados ellos). En estos días estamos siendo testigos tanto de lo mejor como de lo peor de la especie humana. 
Entre lo mejor está, por supuesto, la profesionalidad del colectivo sanitario quienes, a riesgo de su propia vida, luchan día a día contra esta epidemia, además de las fuerzas de seguridad del estado que velan por el estricto cumplimiento de las normas establecidas por la situación de alarma, el colectivo docente que trabaja diariamente para que los millones de alumnas y alumnos de todos los niveles educativos no pierdan el curso y los millones de trabajadores que acuden a sus puestos de trabajo para que el país conserve algo de actividad y no se paralice del todo.

Desgraciadamente, esta crisis sanitaria también ha puesto en evidencia los aspectos negativos del ser humano que, si bien es cierto que están presentes en condiciones normales, con esta situación se ha amplificado y se han multiplicado por varios enteros. En primer lugar vemos la estupidez de algunos gobiernos, especialmente los de Gran Bretaña y EE.UU., que pensaron que esto no iba con ellos, que se librarían de la pandemia, pero la realidad les ha alcanzado, y el gigante norteamericano es ya el país con el mayor número de contagiados, unos 140.000, la mitad de los cuales se encuentran en la ciudad de Nueva York. 

A nivel europeo, se está demostrando que la UE no está a la altura, una vez más. Cuando la crisis de 2008, Alemania ya se negó a emitir bonos europeos para afrontarla de un modo conjunto, dejando que España, Grecia y Portugal se hundieran. Ahora se repite la historia, y Alemania, Holanda y Austria, que consideran los "coronabonos" poco "morales" y sólo piensan en posibles préstamos con condiciones de rescate, no están dispuestos a que Europa salga del problema como un todo. Esto da pocas esperanzas de crear una verdadera Unión Europea, sino que seguimos siendo un continente de países insolidarios entre sí. Europa es un monstruo hiperinflado de burocracia e instituciones anquilosadas que, a la hora de la verdad, no da respuesta a los problemas reales (inmigración, pandemia, medio ambiente).

A nivel local, aunque es cierto que en España también nos ha pillado por sorpresa, esta epidemia ha hecho resurgir las carencias de un sistema de salud que, a pesar de contar con excelentes profesionales, ha sido sistemáticamente recortado en los últimos años, especialmente desde la crisis del 2008, con la disminución del número de médicos, enfermeras y enfermeros, auxiliares y material sanitario que ahora necesitamos, pero que en épocas normales nos hacia repetir el mantra de tener “la mejor sanidad del mundo”. Entre la clase política, esta circunstancia ha evidenciado la inutilidad de algunas voces, sobre todo entre la oposición, más preocupados en sacar rédito político a la situación que en aportar soluciones, más ocupados en seguir una pose, escondidos tras las banderas y el patriotismo de salón, en lugar de poner a disposición del gobierno el capital humano, que seguro que tienen, para colaborar en la búsqueda de medidas efectivas.

Otro aspecto que nos debe hacer reflexionar es la relación entre los lugares en los cuales se ha desarrollado de forma exponencial la pandemia y los niveles de contaminación. Un estudio de la Sociedad Italiana de Medicina Ambiental (SIMA), en colaboración con las Universidades de Bari y Bolonia, relaciona los casos de contagio por el Covid-19 y la concentración de partículas finas PM10 (partículas sólidas o líquidas de polvo, cenizas, hollín, partículas metálicas, cemento o polen) dispersas en la atmósfera en las provincias italianas. Pues bien, se ha observado en las ciudades más contaminadas, como Brescia, una “aceleración anormal” de la expansión de la epidemia. Si esto se extrapola a los países más afectados, Europa Occidental, EE.UU., China, Japón, Australia, Indonesia, con la anomalía de Irán, como más afectados, seguidos por los llamados BRICS (Brasil, Rusia, India, Canadá y Sudáfrica), países con economías emergentes, además de Argentina, no es difícil establecer esta relación directa.

El sistema económico en el que nos movemos, en el que se han creado dependencias entre los países del llamado “primer mundo” y países, sobre todo, del este asiático, en un momento como el actual, ha mostrado su imperfección. Además de la contaminación y el incremento de las emisiones de GEI, la deslocalización de la producción, motivada por la búsqueda de beneficios a corto plazo, y el comercio de larga distancia hacen que, en situaciones de crisis, se corte la distribución, paralizándose la producción de bienes a nivel planetario.

Todos estos aspectos nos debe hacer reflexionar sobre nuestro sistema, en el que se hace necesario un replanteamiento global, revisando desde los mecanismos de solidaridad y las relaciones internacionales hasta los modos de producción. Ahora vemos que está en juego nuestra propia supervivencia.

Articulo aparecido en eldiario.es:



LA DISTOPIA HA LLEGADO

Foto EFE
En 1995, una película, no muy buena, la verdad, protagonizada por Dustin Hoffman y René Russo, “Estallido” es su título en español, planteaba una epidemia provocada por un virus que se extendía por todo EE.UU. (son cientos las cintas “made in Hollywood” en las que las desgracias se ceban en el país norteamericano, desde catástrofes climáticas, ataques alienígenas o enfermedades). En la ficción, el virus provenía de Africa y era transmitido por un mono, aunque con el error garrafal de situar a un mono americano en la selva africana, aunque eso no cambiaba demasiado el argumento, e infectaba en cuestión de días a millones de norteamericanos, hasta el punto de que el ejército debía tomar las riendas del asunto. 25 años después, esa distopía se ha cumplido, sustituyéndose al mono por un pangolín (supuesto origen del virus), a Africa por China, al virus de la influenza por el coronavirus y al lugar del contagio, EE.UU., por todo el planeta.
Esta pandemia, así definida por la OMS el pasado día 11 de marzo, está provocando la mayor respuesta global ante la infección de toda la historia por parte de los gobiernos, dándose la circunstancia de que este virus está afectando sobre todo a los países del hemisferio norte, alrededor del paralelo 40, donde aún es invierno, siendo anecdóticos los casos diagnosticados en Africa. En el momento de escribir este artículo, España ocupa el sexto puesto en cuanto al número de afectados, por detrás de China, Italia, Irán, Corea del Sur y EE.UU. (aunque esto puede variar día a día), casi todos en el top de niveles de renta per capita. 

Esta situación me mueve a plantear varias reflexiones. Por un lado, se desmonta la teoría que suele esgrimir la ultraderecha de que los países africanos, a través de la inmigración, son una fuente de enfermedades. El llamado “primer mundo” ha demostrado ser un vector de transmisión del virus, independientemente del nivel económico del que hacemos gala. Africa, incluso, tiene más experiencia que Europa o EE.UU. en tratar epidemias, tras las de ébola o del cólera sufridas recientemente. 

El pasado día 10, el secretario de la ONU, Antonio Guterres, en la presentación del balance oficial del clima en 2019, afirmó que "el coronavirus es una enfermedad que esperamos que sea temporal, con impactos temporales, pero el cambio climático ha estado allí por muchos años y se mantendrá por muchas décadas, y requiere de acción continua”. 

Por el hecho de que la crisis del Covid-19 tiene su principal repercusión en Europa, China, Irán y Corea del Sur, tendemos a olvidar que Africa y Sudamérica sufren diariamente de graves problemas de salud, muchos de ellos relacionados con el cambio climático. Enfermedades como el dengue afectaron el año pasado a casi 3 millones de personas en América del Sur, matando a 1.250 personas. En los tres meses de agosto a octubre, el 85% de los casos fueron reportados en Brasil, Filipinas, México, Nicaragua, Tailandia, Malasia y Colombia. A finales de 2019, se estima que aproximadamente 22,2 millones de personas en el Cuerno de África padecieron de un elevado nivel de carestía de alimentos. Otro tanto ocurre en América del Sur, donde cientos de miles de familias en Honduras, Guatemala y El Salvador se ven afectados por la falta de alimentos y agua potable debido a la perdida de cosechas. La ONU ha llegado a decir que “el cambio climático es más mortal que el coronavirus”. 

La parte positiva de esta crisis sanitaria (si es que se puede pensar esto) es que se está demostrando que, en situaciones límite, los gobiernos son capaces de habilitar medidas excepcionales que afectan al día a día, aplicando medidas como el teletrabajo, la enseñanza virtual a distancia y la limitación de desplazamientos, medidas que, en circunstancias normales, serían impensables de aplicar. Esto puede suponer un experimento para afrontar otras crisis, como la emergencia climática, situación en la que, a buen seguro, será necesario implementar medidas extraordinarias para evitar el colapso del sistema. El resultado de estas medidas nos puede dar pistas de si seremos capaces de enfrentarnos a nuevas realidades que estamos ya atravesando, aunque no ocurran en la puerta de nuestra casa.

Articulo aparecido en eldiario.es: