sábado, 26 de marzo de 2022

LEVANTEMOS EL PIE DEL ACELERADOR

Foto: ACN


En 2019, una serie francesa de una plataforma digital nos describía cómo podría ser el mundo si éste colapsara por la escasez de combustibles fósiles, base de nuestra sociedad capitalista. Acaparamiento de productos de primera necesidad, colas interminables para hacerse con el preciado líquido refinado del petróleo, robos de comida, violencia generalizada… Aunque esta serie distópica se produjo antes de 2020, algo de eso se vio durante los primeros momentos de la pandemia, con la desaparición de los rollos de papel higiénico de las estanterías de las grandes superficies y, ahora, con el alza de los precios de los productos básicos, tres cuartos de lo mismo con el aceite de girasol y de oliva y otros productos.

La situación del sector del transporte y de los sectores dependientes de que los productos se distribuyan por carretera y las consecuencias de los paros de otros sectores como el pesquero, son el anticipo de lo que nos espera de aquí a unas pocas décadas debido a la crisis energética: altos precios de los combustibles fósiles, desabastecimiento de los comercios, paralización de las actividades económicas dependientes de los derivados del petróleo, la agricultura intensiva usuaria de fertilizantes sintéticos y, por supuesto, el paro obligatorio de los medios de transporte por carretera.

En España, el 95% de la distribución de productos se realiza por carretera, frente solo al 2% que se lleva a cabo por ferrocarril. Este tráfico incesante de camiones por los más de 15.000 kilómetros de carreteras de todo tipo, la mayor red viaria de Europa, por delante de Alemania (12.000 km), Francia (11.600 km), por citar a dos países con mayor superficie que nuestro país, hace que el sector del transporte suponga el 25% de las emisiones totales de Gases de Efecto Invernadero de España. Si a eso se suma que se exporta, también por carretera, un alto porcentaje de productos a terceros países, se comprueba que el transporte por carretera es altamente dependiente de la importación de combustibles fósiles y muy sensible a los avatares del mercado energético.

La guerra de Ucrania ha puesto sobre la mesa la posibilidad real de que lo que hace tres años no era sino una hipótesis a largo plazo, aunque advertida por la comunidad científica y las organizaciones sociales y políticas verdes desde hace décadas: el colapso energético. Los especialistas indican que no se puede achacar únicamente a la invasión rusa el alza de los precios de la gasolina. Así, Antonio Turiel, doctor en Física Teórica, experto en oceanografía e investigador del CSIC, asegura que ya desde semanas antes de la guerra los precios del petróleo estaban subiendo, y que la producción de petróleo caerá entre un 20% y un 50% de aquí a 2025, lo que supondrá un aumento de su precio en los mercados. Se sabe que desde 2008 hemos alcanzado el pico del petróleo, es decir, el punto a partir del cual es más caro extraer este recurso del subsuelo, siendo, además, de peor calidad. La deseable alternativa de las energías renovables choca, por su parte, con la escasez de materias primas para su construcción, como el silicio para las placas solares, el litio para las baterías eléctricas o el acero para los aerogeneradores.

¿Cuál es la solución a este problema, entonces? Muchos pensadores y pensadoras han aportado su grano de arena para poner freno a nuestra carrera hacia el colapso. Los principales modos de hacer frente a la escasez energética que nos espera son de tipo decrecentista y pasan, de una manera lógica, por la reducción en el consumo de energía, la disminución en las tasas de consumo y de viajes largos innecesarios. También se hace necesario el cambio en los paradigmas de consumo, disminuyendo drásticamente la deslocalización económica, es decir, el traslado de la producción a terceros países, necesitando de transporte, a menudo transoceánico, para sustituirlo por la relocalización, producción y consumo local. Y, sobre todo, empezar a diseñar el mundo del futuro, haciendo desaparecer paulatinamente las actividades económicas que demandan grandes cantidades de energía e irlas sustituyendo por otras más sostenibles ambientalmente y resilientes, es decir, capaces de sobreponerse a las dificultades de una manera eficaz. Todo ello desde una perspectiva de género, con un enfoque ecofeminista, cambiando el papel que la sociedad actual reserva a las mujeres, siendo éstas protagonistas del cambio de paradigma.

Será un cambio difícil, ya que implica modificar nuestro esquema mental, pero sólo así seremos capaces de superar la crisis energética que sufrimos desde 2008, levantando el pie del acelerador del vehículo, nuestro modo de vida, que nos lleva hacia el muro del colapso. 

Artículo publicado hoy en eldiario.es:

https://www.eldiario.es/murcia/murcia-y-aparte/levantemos-pie-acelerador_132_8862477.html?fbclid=IwAR0NXibEGM4VoQTYcNQNXi2wlFXYDv5rbaov8GxNPMcjt4V1ZxulEmxjCSs

lunes, 7 de marzo de 2022

HACIA LA INDEPENDENCIA ENERGÉTICA

La invasión de Ucrania por parte de Rusia ha puesto en evidencia, una vez más, la alta dependencia de la UE del gas ruso. Si la Europa de los 27 es el principal importador de gas del mundo (el consumo anual ronda los 500.000 millones de metros cúbicos), el 45 por ciento de ese gas proviene de las reservas rusas. A su vez, el 85 por ciento de las exportaciones de gas de Rusia van a parar a los países de la UE. Mientras que Alemania depende en gran medida del combustible ruso, ya que la mitad del gas y del petróleo que consume proviene del gigante euroasiático, en España, sin embargo, sólo el 8'6 por ciento del gas que consumimos proviene de Rusia. El resto lo hace de Argelia -23 por ciento-, Estados Unidos -21'3 por ciento- y Omán o Egipto -11'9 por ciento-.                                    

Esta situación ha empujado a la UE, a través de la AIE (Agencia Internacional de la Energía), a plantearse una serie de medidas para disminuir la dependencia europea del gas ruso. Éstas se han traducido en 10 medidas, que van desde algunas a tomar por los estados, como no firmar ningún nuevo contrato de suministro de gas natural con Rusia, sustituyéndolo por otros países como Estados Unidos, Azerbaiyán, Catar y Argelia, acelerar el despliegue de nuevos proyectos eólicos y solares, a la vez que se potencie la generación de electricidad mediante la bioenergía y la nuclear o aplicar impuestos a corto plazo por los beneficios imprevistos de las eléctricas, hasta otras medidas aplicables por las instituciones locales, como acelerar las mejoras de eficiencia energética en los edificios y en la industria, así como diversificar y descarbonizar las fuentes de generación de electricidad. Por último, se prevén recomendaciones a la ciudadanía, como pedir a los consumidores el cambio de calderas de gas por bombas de calor y que reduzcan en un grado centígrado el termostato de sus calefacciones. Con todo ello, se propone un ahorro en un 30 por ciento de las importaciones de gas natural proveniente de Rusia.

De estas medidas, la más criticable es la consideración de la energía nuclear y el gas natural como energías “verdes” para hacer frente a la crisis energética, previendo potenciarlos facilitando la concesión de subvenciones europeas destinadas a las energías renovables,. Las emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI) por la combustión del gas y la no despreciable cantidad de las mismas por el uso de la energía nuclear (principalmente por la extracción, tratamiento y transporte del principal combustible nuclear, el uranio enriquecido), hacen que la consideración de estas fuentes de energía “sucia” como “verde” parezca una broma de mal gusto.

La reducción del consumo de energía debe ser otro aspecto a tener en cuenta. La UE tiene previsto, para ello, una serie de medidas, aprobadas el pasado mes de julio, dentro del programa “Cumplir con el Pacto Verde”, consistentes en reducir el consumo de energía primaria (es decir, todas las fuentes de energía naturales en su forma original e inalterada) en un 39 por ciento de aquí al 2030. Esto supone la obligación de los Estados miembros de lograr ahorros anuales de energía en el consumo final del orden del 1'5 por ciento. ¿Seremos capaces de ello? Veremos.

Pero un asunto que debe ser resuelto de forma inmediata es la modificación del sistema de subasta de la energía, aquella por la cual los consumidores pagamos la energía al precio de la fuente más cara, que es precisamente el gas natural, lo que encarece desmesuradamente el precio de lo que pagamos en la factura, inflada de forma artificial, y que sólo beneficia a las grandes compañías eléctricas.

Es preciso ir disminuyendo nuestras dependencia de los combustibles fósiles, acelerando la implementación del Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC) 2021-2030, que define los objetivos de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, de penetración de energías renovables y de eficiencia energética en nuestro país, así como poner en marcha la Hoja de Ruta del Autoconsumo, presentada en diciembre de 2021. La crisis energética que arrastramos desde hace meses, agravada de forma dramática por la invasión de Ucrania, puede y debe ser la motivación para emprender de una vez por todas la ansiada transición ecológica de la economía, para disminuir nuestra dependencia energética de terceros países al tiempo que se lucha contra ese enemigo que, debido a la grave situación bélica que estamos viviendo, ha pasado a un segundo plano, el cambio climático. 

Articulo publicado hoy en eldiario.es:

https://www.eldiario.es/murcia/murcia-y-aparte/independencia-energetica_132_8806757.html