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viernes, 8 de enero de 2021

LOS OTROS TITULARES DE 2020


Acabamos de pasar el que posiblemente sea el peor año en décadas. Al ver cualquier informativo televisado, o leer cualquier diario digital, ya sea español o de otro país, la COVID-19 inunda las noticias nacionales e internacionales, desde todos los ángulos posibles, el sanitario, el económico, el social y político. Ya se sabe que los medios de comunicación, cuando encuentran un filón informativo, lo explotan al máximo, hay que rellenar minutos, aunque sea haciendo el recuento exhaustivo de los contagiados y fallecidos al minuto. 

 Pero, ¿recuerdan los titulares de las noticias de hace uno o dos años? ¿Acaso no ha ocurrido nada más en este aciago 2020? Lo que hace unos meses abría la cabecera de los telediarios ha pasado al olvido, aunque sean conflictos que siguen su curso y la atención internacional los haya dejado de lado, casi todos ellos con intervención externa de países como EE.UU., Rusia o Arabia Saudí. La guerra de Siria, por ejemplo. Tras casi 10 años de combates implacables, los sirios siguen sufriendo en sus carnes el conflicto bélico, con 387.000 muertos desde el comienzo de las hostilidades, de los cuales unos 117.000 son civiles y 22.000 son niños, casi 7.000 durante el año pasado. Sin ir más lejos, el pasado sábado 2 de enero un coche bomba estalló en el noreste de Siria, causando 5 muertos. Otro tanto ocurre en Yemen, donde la guerra que enfrenta a dos bandos, los hutíes, leales al ex-presidente Salé, y los seguidores del presidente Al-Hadi, que subió al poder tras un golpe de estado en 2014, se acerca a su sexto año de existencia. Tampoco debemos olvidar otros conflictos armados en Somalia, Afganistán, Sudán del Sur o Irak, con millones de desplazados y víctimas.

Precisamente, el desplazamiento de millones de personas debido a esos y otros conflictos es una “no noticia” que ocurre diariamente, a las que se añaden las migraciones por causas climáticas (aumento del nivel del mar que salan los acuíferos, sequías, inundaciones y tifones). Durante 2019 hubo más de 17 millones de desplazados en el mundo, aunque la situación de pandemia ha hecho descender esas cifras. La solución a esta situación pasa por respetar el Pacto Mundial sobre Migración, suscrito en 2018 por la casi totalidad de los países de la ONU, salvo Estados Unidos, Austria, Hungría, Polonia, Estonia, Bulgaria, República Checa, Israel, Australia y República Dominicana, con 23 medidas concretas como luchar contra la trata y el tráfico de personas, evitar la separación de las familias, usar la detención de migrantes sólo como última opción o reconocer el derecho de los migrantes irregulares a recibir salud y educación en sus países de destino.

Pero no todos los acontecimientos que han ocurrido durante el 2020 son negativos. La pandemia ha reducido drásticamente el acoso a la naturaleza, con la disminución en un 42% de los vuelos comerciales o la reducción de los niveles de contaminación de las ciudades por la menor movilidad de sus habitantes, aunque no a niveles suficientes como para disminuir la concentración de CO2 en la atmósfera. Es lo que los científicos han denominado la “antropausa”, que se ha visto reflejada en algunos episodios que han tenido eco en los medios, como la aparición de ballenas en la bahía de Nueva York, de pumas en el centro de Santiago de Chile, delfines en la bahía de Trieste o chacales en Tel-Aviv. Tal vez el acontecimiento más positivo del año haya sido la derrota de Donald Trump en las elecciones de noviembre, firme defensor de los combustibles fósiles, y el anuncio del nuevo presidente Joe Biden de la vuelta a los Acuerdos de París de la COP21 de 2015, por lo que se abre una ventana de esperanza para que el segundo país emisor de gases de efecto invernadero tras China se incorpore a la lucha contra el cambio climático.

Todos los científicos están de acuerdo en que la inversión en la protección del medio ambiente y la lucha contra el cambio climático son la mejor vacuna contra las futuras pandemias. La actual epidemia pasará, presumiblemente a mediados de este año, y con ella la crisis económica asociada, pero los demás retos que se nos presentan, los conflictos armados en diversas áreas del planeta, las migraciones, la crisis climática y la pérdida de hábitats y de biodiversidad deben volver a las primeras páginas de los medios y en las agendas internacionales para ser solucionadas a corto y medio plazo.

Articulo publicado hoy en el diario.es:

https://www.eldiario.es/murcia/murcia-y-aparte/titulares_132_6733630.html


sábado, 10 de octubre de 2020

LAS OTRAS PANDEMIAS

Un grupo de personas forman con los paraguas
un lazo rosa por el cáncer de mama

Es innegable que el mundo está pasando por la crisis sanitaria más grave de los últimos 100 años, con unas cifras acumuladas desde el pasado mes de febrero de más de un millón de muertos y más de 36 millones de afectados a día de hoy debidos a la COVID-19, una pandemia que parece que estamos aún lejos de doblegar y que está trastocando la vida de millones de personas en todo el planeta.

La sobrecarga de información que recibimos por parte de los medios de comunicación de masas y de las redes sociales, en las que se mezclan noticias veraces, procedentes de los grupos de investigación punteros en virología, e informaciones dudosas, cuando no directamente falsas, que sólo traen confusión, han eliminado de las tertulias y las noticias las otras pandemias, situaciones que ya existían antes del mes de diciembre de 2019, fecha fatídica del comienzo de la transmisión global del virus SARS-Cov-2, y que han dejado de ser portada de los principales periódicos y de aparecer en los sumarios de los noticieros televisados.

Siguen existiendo otros problemas de salud, muchos de ellos agravados con la epidemia de COVID-19 y la crisis económica asociada. Algunos son propios de los países desarrollados, como la obesidad, debida más a una mala alimentación que a un exceso de la misma. Se calcula que cinco millones de personas mueren en el mundo al año de esta enfermedad, y está afectando cada vez más a la gente joven, con la costumbre cada vez más extendida de consumir comida “basura”, barata pero muy calórica. Con el aumento de la pobreza estructural, muchas familias se ven obligadas a comprar alimentos de baja calidad para poder subsistir, incidiendo en el aumento de la obesidad, sobre todo en las capas más vulnerables de la sociedad. El 14,5% de la población adulta española es obesa, mientras que casi el 40% tiene sobrepeso. Esos porcentajes son aplicables también a la población infantil y juvenil (entre los 2 y los 24 años), agravados por los confinamientos que han impuesto un modo de vida sedentario. En el otro extremo, en los países más pobres del planeta sigue existiendo la lacra de la hambruna: alrededor de seis millones de niños menores de cinco años mueren todos los años por efecto del hambre; y sumando se contabilizan hasta nueve millones de personas en total, según datos de la FAO.

Lo mismo ocurre con otras enfermedades que no han desaparecido, ni mucho menos, y cuyos tratamientos se han visto afectados por la dedicación casi exclusiva de los servicios sanitarios (atención primaria, ingresos hospitalarios y UCI) al coronavirus. Así, las enfermedades cardiovasculares suponen la principal causa de muerte en el mundo, alcanzándose los 18 millones de fallecimientos al año, más de 115.000 fallecimientos en España, seguido del cáncer, 9,5 millones al año en el mundo. Se diagnostican 280.000 casos de cáncer al año en España, con unos 100.000 fallecimientos. Otras afecciones de la salud (enfermedades respiratorias, diabetes, diarrea, demencia, etc.) golpean a muchas millones de personas, pero su impacto en los medios queda eclipsado por el coronavirus.

Pero, además de las enfermedades que afectan directamente al ser humano, hay otro fenómeno que, de forma indirecta, pone en peligro la supervivencia de la especie humana en las décadas venideras, y que tampoco tiene mucho protagonismo en los sumarios de los telediarios y las portadas de los diarios. El cambio climático prosigue su avance implacable. Según las últimas mediciones, a nivel mundial, septiembre de 2020 fue el septiembre más cálido desde que existen las mediciones. Con un promedio global de 0,05° C más cálido que el anterior septiembre más cálido, el de de 2019, se ha notado sobre todo en Sudamérica, Australia, Medio Oriente y Siberia. Los incendios de California, aún activos desde hace un mes y medio, que han arrasado 400.000 hectáreas; el récord de temperaturas en Siberia, que ha provocado incendios y el deshielo en el Circulo Polar Ártico; la aparición de los llamados “medicanes”, es decir, huracanes del Mediterráneo, como el sufrido en Grecia, nuevo fenómeno que, hasta ahora, se limitaba a las latitudes tropicales, y que son debidos al aumento de temperatura de las aguas mediterráneas, son algunas señales que nos indican que, lejos de amainar, el cambio climático produce consecuencias directas que, no por anunciadas, dejan de ser devastadoras.

A pesar de que los meses de confinamiento han dado un respiro a la Naturaleza, la vuelta a la actividad económica a partir del verano y la segunda ola de contagios posterior ha disparado de nuevo las alarmas, sumándose a las otras pandemias preexistentes que, aunque han perdido protagonismo mediático, siguen ahí. Se deben redoblar los esfuerzos para no solo vencer a este virus, sino para afrontar los otros retos, sanitarios y ambientales, que ponen en riesgo nuestra supervivencia.

Articulo publicado en eldiario.es:

https://www.eldiario.es/murcia/murcia-y-aparte/pandemia_132_6279357.html


sábado, 29 de agosto de 2020

LA NATURALEZA COMO AULA



A sólo una semana del comienzo del curso escolar, y después de seis meses de estar sufriendo la mayor pandemia en 100 años, el sistema educativo se enfrenta al mayor desafío que se les plantea a los gobiernos: cómo volver a clase en medio de la segunda ola de contagios sin que ello suponga el agravamiento de los casos y la vuelta a la situación de confinamiento del mes de marzo, que tantos perjuicios ha supuesto para el normal desarrollo del curso anterior, además de la paralización de la vida económica y social tal y como la conocíamos hasta entonces.

Todos los colectivos relacionados con la educación (docentes, familias, alumnado, sindicatos y plataformas) reclaman una vuelta a clase de una forma segura, evitando que se den las condiciones que propicien los contagios, como las aglomeraciones en las aulas y los espacios comunes, los contactos estrechos entre el alumnado y entre éste y el profesorado. La demanda generalizada en el sector educativo es la bajada de las ratios y el aumento de las plantillas de profesorado, única manera de conseguir que no se den esas condiciones.

Pero esto no es nuevo. Desde hace años se viene denunciando la disminución paulatina del número de profesores en la educación pública, fruto de los sucesivos recortes en los fondos destinados a este fin. En la Región de Murcia, según los sindicatos, se han perdido más de 3.000 docentes en estos últimos ocho años, desde la aprobación de la LOMCE, el aumento de la carga lectiva del profesorado y las rebajas en los presupuestos en Educación. Esto ha dado como resultado la masificación en las aulas, condición nefasta para la contención de la pandemia. Es paradójico que, en nuestra región, mientras se imponen restricciones en las reuniones en lugares públicos, con un máximo de 6 personas no convivientes, se permita que haya 24 niñas y niños en aulas de no más de 40 metros cuadrados.

Muchas son las voces que reclaman introducir un factor que, a menudo, no se ha tenido en cuenta a la hora de planificar la vuelta a clase, y que puede ser fundamental para minimizar el impacto de la Covid-19 en los colegios e institutos. Me refiero a realizar un mayor acercamiento del alumnado a la naturaleza, a los espacios naturales, aunque sean urbanos, para dificultar la transmisión del virus. Ya el filósofo Francisco Giner de los Ríos, ideólogo y fundador de la Institución Libre de Enseñanza, en su obra “Campos escolares” (1884), preconizaba que en la escuela, como conjunto de espacios, debían primar los espacios abiertos sobre las salas cerradas, afirmando, además, que “el ideal de toda escuela es aproximarse al aire libre cuanto sea posible”. En 1909, la pedagoga italiana Maria Montessori estaba convencida de lo necesario que es que los seres humanos no pierdan sus vínculos ancestrales con la naturaleza, y que ésta debe estar imbuida en el proceso educativo, sobre todo a edades tempranas.

En relación a la pandemia, diversos estudios certifican que el riesgo de contagio del coronavirus es 19 veces más alto en espacios cerrados que al aire libre. Se sabe que la mayoría de los contagios tienen lugar en espacios cerrados, locales de ocio, casas, fábricas y salas de reuniones. Asimismo, según varios estudios, aumentar el contacto de niños y jóvenes con la naturaleza es fundamental para luchar contra la pandemia.

El doctor Juan Antonio Ortega, jefe de la Unidad de Salud Medioambiental Pediátrica del hospital Virgen de la Arrixaca de Murcia, preconiza una serie de medidas para mejorar el medio ambiente de los centros escolares. Entre estas medidas, se encuentran, además de las habituales recomendaciones de mantener las distancias de seguridad y evitar aglomeraciones, así como extremar las medidas de higiene de manos, otras más innovadoras como incrementar tanto como sea posible las clases y actividades al aire libre o espacios abiertos, patios o sombras, incorporando áreas aledañas de la comunidad (calle peatonal con árboles o parques urbanos) para el desempeño de esa función, asegurar una ventilación natural óptima y/o con sistemas de ventilación o aire acondicionado, reducir el tiempo de las clases y, por supuesto, reducir las ratios.

El hecho de incrementar el tiempo de contacto diario de los niños con un entorno natural, incorporando ese periodo en la jornada lectiva del alumnado tiene otras ventajas. Un estudio publicado en la revista británica PLOS Medicine, analizando el modo de vida de más de 600 niñas y niños de entre 10 y 15 años, refleja que con solo un incremento en un 3% de zonas verdes en su vecindario se verifica un aumento en 2.6 puntos de media en su Coeficiente de Inteligencia.

El sistema educativo desarrollado en las últimas décadas se ha basado en concentrar al alumnado en centros educativos cerrados, a veces con más de 1.200 personas, de espaldas a la naturaleza, con una serie de materias aisladas unas de otras como compartimentos estancos. Las sucesivas leyes educativas son modificaciones de las anteriores, con cambios meramente cosméticos en la mayoría de las veces, donde la burocracia campa a sus anchas, y en las que no se ha hecho una reflexión profunda sobre la educación que necesitan nuestros jóvenes, en las que el contacto con la naturaleza debe ser una base primordial. Ahora, en estos tiempos de pandemia, tenemos la oportunidad de replantear el sistema educativo, para estar preparados ante futuras situaciones críticas como la que estamos sufriendo.

Articulo publicado hoy en eldiario.es:

https://www.eldiario.es/murcia/murcia-y-aparte/naturaleza-aula_129_6188419.html?fbclid=IwAR1RfBPwsGCh5j0bpKMzSLtGYgtTe3ZjkXm1o3zzHmd8YhfYuX5HzAP9uhE


lunes, 11 de mayo de 2020

MÁS ALLÁ DEL CRECIMIENTO ECONÓMICO

Cada vez somos más los que pensamos que el PIB no es un indicador adecuado para reflejar la realidad de un país, al poner de relieve solamente el valor monetario de la producción de bienes y servicios, dejando fuera aspectos como el nivel educativo o cultural de una sociedad, la salud o la huella ecológica de las actividades económicas.

Desde que, en los años 90, el profesor emérito de Economía de la Universidad Paris-Sur Serge Latouche lanzara la teoría del decrecimiento, a partir de trabajos anteriores de personas como el economista y matemático rumano Nicholas Georgescu-Roegen, creador del concepto de bioeconomía en los años 70, de la filósofa Hannah Arendt y, sobre todo, a partir del informe del Club de Roma “Los límites del crecimiento” de 1972, donde se cuestionaba por primera vez las supuestas bondades del crecimiento económico y se establecían los límites biofísicos del planeta, justo antes de la crisis del petróleo, los hechos están dando la razón tanto a los científicos, como a las asociaciones ecologistas y a las organizaciones políticas verdes.
Las soluciones que se proponen en este estudio están recogidas desde hace décadas en los programas de los partidos verdes, con éxito moderado (o casi nulo en el caso de España), debido principalmente a la resistencia de las sociedades occidentales a modificar hábitos y de las instituciones a poner coto a sus políticas basadas en la construcción de grandes infraestructuras, en el fomento de industrias y actividades contaminantes y en la supeditación de la protección del medio ambiente a la actividad económica. Un ejemplo de ello lo estamos viviendo en la Región de Murcia con la reciente aprobación por parte del Partido Popular y Ciudadanos, con el apoyo de Vox, del Decreto Ley de de Mitigación del Impacto de la COVID-19 en el Área de Medio Ambiente, una maniobra para facilitar la actividad económica, sobre todo en materia urbanística, a costa de nuestros maltrechos espacios naturales, sobre todo costeros, reduciendo los trámites ambientales para llevar a cabo esas actividades.
Estas soluciones pasan por la relocalización de la economía, la agricultura y el comercio de proximidad, el reparto del trabajo, la reducción en el uso de los recursos naturales, la generalización del uso de las energías renovables, de forma paralela al abandono de los combustibles fósiles, en definitiva, la descarbonización de la economía que nos permita cumplir con los compromisos adquiridos en la Cumbre del Clima de Paris de 2015.
Aunque estamos pasando por un periodo de parón de la actividad, reflejado en el descenso del PIB, los gobiernos europeos están reaccionando para mitigar de la mejor manera los efectos económicos de la pandemia. Incluso el grupo de Los Verdes Europeos en el Parlamento Europeo propone un plan de recuperación de cinco billones para una reconstrucción verde. Este descenso del PIB ha dado aun respiro a los ecosistemas, pero esto puede ser un espejismo. Todos los organismos internacionales pronostican que la recuperación económica llegará según tres modelos. Dos de ellos prevén una vuelta al PIB anterior a la crisis, incluso superándolo: son los llamado modelos en V y en U, siendo el segundo más gradual que el primero. El tercer modelo es más negativo, el modelo en L, que afectaría principalmente a la cultura, la hermana pobre de la industria en nuestro país.
Esa vuelta al PIB positivo, que en España se cifra en un 6,8% para 2021, significará un nuevo aumento de la presión sobre los ecosistemas, tal y como ocurría hasta ahora, por lo que parece que no hemos aprendido nada. Pero el concepto de decrecimiento está yendo más allá de la teoría, y ya aparecen propuestas políticas concretas, como las realizadas por un grupo de 170 académicos holandeses que han planteado en un manifiesto una serie de puntos para el cambio económico post crisis del Covid-19, incluyendo el abandono del PIB, construir una estructura económica basada en la redistribución, transformar la agricultura hacia una regenerativa, reducir el consumo y los viajes, así como reducir la deuda.
Tal y como concluye el estudio citado anteriormente, estamos ante una oportunidad de dejar de lado este indicador macroeconómico que es directamente proporcional a la destrucción del planeta y explorar trayectorias socioeconómicas más allá del crecimiento económico para las generaciones futuras.
Artículo publicado hoy en eldiario.es:

martes, 21 de abril de 2020

EL ESCENARIO POST-COVID-19, UNA VENTANA DE OPORTUNIDADES

Foto: EFE
En estas semanas de confinamiento salen a la luz numerosos artículos y estudios, como el realizado por la organización ambiental WWF, que relacionan la destrucción de la naturaleza, la pérdida de biodiversidad y el avance del cambio climático con la proliferación de patógenos en general y del coronavirus en particular. Por ejemplo, se ha comprobado que la eliminación de hábitats, la deforestación, la agricultura y la ganadería intensivas, el tráfico de animales vivos y el consumo de animales exóticos, ya sea como alimento, como medicina o como amuletos favorece la zoonosis, es decir, la transmisión de virus de una especie a otra, incluida la especie humana. Ya se ha citado que la contaminación atmosférica, especialmente debida a partículas en suspensión acelera la transmisión del coronavirus.
Es un hecho que el estado de alarma planetario ha reducido sensiblemente tanto las emisiones de gases de efecto invernadero como la contaminación, hasta niveles nunca vistos en los últimos años. Así, China ha disminuido en un 25% sus emisiones con la situación de epidemia. En Europa, las emisiones contaminantes también se han reducido, sobre todo en las grandes ciudades y las zonas industriales. Sin embargo, ¿es consciente el mundo de que es necesario mantener esta tendencia para cuando esta crisis sanitaria se supere? ¿O será sólo un espejismo y a esta situación irá seguida de un efecto rebote que multiplicará las emisiones para volver a lo que había o, peor aún, a superarlo?
Durante décadas los científicos han alertado de los efectos nocivos de una actividad económica desaforada sobre el planeta, siendo totalmente ignorados porque sus advertencias iban en contra del crecimiento económico y de la consecución de beneficios a corto plazo, aunque nos están llegando señales inequívocas de la degradación ambiental generalizada desde hace años. Ha hecho falta una pandemia para que seamos testigos de la recuperación, aunque sea parcial, de los ecosistemas, al dejar que la naturaleza funcione sin alteraciones humanas, aunque sea a pequeña escala, ya que décadas de acción antrópica sobre el medio no pueden ser eliminadas de un plumazo.
La cuestión es si esta crisis sanitaria hará replantearse a los gobiernos nuestro modo de producir, nuestra manera de consumir y de movernos o, al contrario, una vez que pase la pandemia, olvidaremos sus consecuencias y seguiremos cambiando de coche cada dos años, de móvil cada seis meses, usaremos el vehículo privado para movernos a la vuelta de la esquina, los gobiernos seguirán sin invertir en transporte público, sin favorecer la movilidad sostenible en las ciudades, o fomentando industrias contaminantes, por poner algunos ejemplos.
¿Se producirá la tan ansiada transición ecológica de la economía? ¿O se seguirá invirtiendo en sectores que generan una gran huella ecológica, depredadores del territorio y que tantas consecuencias negativas provocan, incluido el establecimiento de las condiciones favorables para que las epidemias se transmitan con mayor facilidad? Ni siquiera las sucesivas Cumbres del Clima han hecho mella en la voluntad de los gobiernos, manteniéndose las emisiones y la actividad económica.
Pero parece que algo está cambiando. Ministros de Medio Ambiente de 10 países de la UE, incluida España, 79 eurodiputados de 17 países miembros, 37 directores generales de otras tantas empresas europeas, asociaciones empresariales, sindicatos y diversas ONGs se han adherido al manifiesto “Green Recovery” (Recuperación Verde), redactado y propuesto por Pascal Canfin, del grupo parlamentario de Los Verdes y presidente del Comité de Medio Ambiente del Parlamento Europeo, por el que se plantean inversiones masivas para afrontar un escenario post-Covid19, de modo que se aborde una transición de la economía según el prisma verde, es decir, que sea neutra para el clima, que incluya la protección de la biodiversidad y la transformación de los sistemas agroalimentarios para mejorar el modo de vida de todos los ciudadanos del mundo, así como de contribuir a la construcción de sociedades más resistentes, tal y como reza el manifiesto. De esa manera, se combinan dos luchas que deben ir íntimamente ligadas, la lucha contra pandemia futuras y contra el cambio climático.
 El escenario post-Covid19 debe ser una ventana de oportunidad para cambiar nuestra visión y conseguir un mundo más saludable, más sostenible y más justo.
Articulo publicado hoy en el diario.es:

miércoles, 1 de abril de 2020

ALGUNAS REFLEXIONES DURANTE LA CRISIS SANITARIA

Foto EFE
Ya llevamos dos semanas de confinamiento, en las que solamente nos relacionamos con los demás a través de redes sociales y videollamadas, por aquello de vernos las caras, y en las escasas ocasiones en las que salimos a la calle a hacer las compras imprescindibles, salvo las personas que tienen perro, que pueden salir tres veces al día (afortunados ellos). En estos días estamos siendo testigos tanto de lo mejor como de lo peor de la especie humana. 
Entre lo mejor está, por supuesto, la profesionalidad del colectivo sanitario quienes, a riesgo de su propia vida, luchan día a día contra esta epidemia, además de las fuerzas de seguridad del estado que velan por el estricto cumplimiento de las normas establecidas por la situación de alarma, el colectivo docente que trabaja diariamente para que los millones de alumnas y alumnos de todos los niveles educativos no pierdan el curso y los millones de trabajadores que acuden a sus puestos de trabajo para que el país conserve algo de actividad y no se paralice del todo.

Desgraciadamente, esta crisis sanitaria también ha puesto en evidencia los aspectos negativos del ser humano que, si bien es cierto que están presentes en condiciones normales, con esta situación se ha amplificado y se han multiplicado por varios enteros. En primer lugar vemos la estupidez de algunos gobiernos, especialmente los de Gran Bretaña y EE.UU., que pensaron que esto no iba con ellos, que se librarían de la pandemia, pero la realidad les ha alcanzado, y el gigante norteamericano es ya el país con el mayor número de contagiados, unos 140.000, la mitad de los cuales se encuentran en la ciudad de Nueva York. 

A nivel europeo, se está demostrando que la UE no está a la altura, una vez más. Cuando la crisis de 2008, Alemania ya se negó a emitir bonos europeos para afrontarla de un modo conjunto, dejando que España, Grecia y Portugal se hundieran. Ahora se repite la historia, y Alemania, Holanda y Austria, que consideran los "coronabonos" poco "morales" y sólo piensan en posibles préstamos con condiciones de rescate, no están dispuestos a que Europa salga del problema como un todo. Esto da pocas esperanzas de crear una verdadera Unión Europea, sino que seguimos siendo un continente de países insolidarios entre sí. Europa es un monstruo hiperinflado de burocracia e instituciones anquilosadas que, a la hora de la verdad, no da respuesta a los problemas reales (inmigración, pandemia, medio ambiente).

A nivel local, aunque es cierto que en España también nos ha pillado por sorpresa, esta epidemia ha hecho resurgir las carencias de un sistema de salud que, a pesar de contar con excelentes profesionales, ha sido sistemáticamente recortado en los últimos años, especialmente desde la crisis del 2008, con la disminución del número de médicos, enfermeras y enfermeros, auxiliares y material sanitario que ahora necesitamos, pero que en épocas normales nos hacia repetir el mantra de tener “la mejor sanidad del mundo”. Entre la clase política, esta circunstancia ha evidenciado la inutilidad de algunas voces, sobre todo entre la oposición, más preocupados en sacar rédito político a la situación que en aportar soluciones, más ocupados en seguir una pose, escondidos tras las banderas y el patriotismo de salón, en lugar de poner a disposición del gobierno el capital humano, que seguro que tienen, para colaborar en la búsqueda de medidas efectivas.

Otro aspecto que nos debe hacer reflexionar es la relación entre los lugares en los cuales se ha desarrollado de forma exponencial la pandemia y los niveles de contaminación. Un estudio de la Sociedad Italiana de Medicina Ambiental (SIMA), en colaboración con las Universidades de Bari y Bolonia, relaciona los casos de contagio por el Covid-19 y la concentración de partículas finas PM10 (partículas sólidas o líquidas de polvo, cenizas, hollín, partículas metálicas, cemento o polen) dispersas en la atmósfera en las provincias italianas. Pues bien, se ha observado en las ciudades más contaminadas, como Brescia, una “aceleración anormal” de la expansión de la epidemia. Si esto se extrapola a los países más afectados, Europa Occidental, EE.UU., China, Japón, Australia, Indonesia, con la anomalía de Irán, como más afectados, seguidos por los llamados BRICS (Brasil, Rusia, India, Canadá y Sudáfrica), países con economías emergentes, además de Argentina, no es difícil establecer esta relación directa.

El sistema económico en el que nos movemos, en el que se han creado dependencias entre los países del llamado “primer mundo” y países, sobre todo, del este asiático, en un momento como el actual, ha mostrado su imperfección. Además de la contaminación y el incremento de las emisiones de GEI, la deslocalización de la producción, motivada por la búsqueda de beneficios a corto plazo, y el comercio de larga distancia hacen que, en situaciones de crisis, se corte la distribución, paralizándose la producción de bienes a nivel planetario.

Todos estos aspectos nos debe hacer reflexionar sobre nuestro sistema, en el que se hace necesario un replanteamiento global, revisando desde los mecanismos de solidaridad y las relaciones internacionales hasta los modos de producción. Ahora vemos que está en juego nuestra propia supervivencia.

Articulo aparecido en eldiario.es:



LA DISTOPIA HA LLEGADO

Foto EFE
En 1995, una película, no muy buena, la verdad, protagonizada por Dustin Hoffman y René Russo, “Estallido” es su título en español, planteaba una epidemia provocada por un virus que se extendía por todo EE.UU. (son cientos las cintas “made in Hollywood” en las que las desgracias se ceban en el país norteamericano, desde catástrofes climáticas, ataques alienígenas o enfermedades). En la ficción, el virus provenía de Africa y era transmitido por un mono, aunque con el error garrafal de situar a un mono americano en la selva africana, aunque eso no cambiaba demasiado el argumento, e infectaba en cuestión de días a millones de norteamericanos, hasta el punto de que el ejército debía tomar las riendas del asunto. 25 años después, esa distopía se ha cumplido, sustituyéndose al mono por un pangolín (supuesto origen del virus), a Africa por China, al virus de la influenza por el coronavirus y al lugar del contagio, EE.UU., por todo el planeta.
Esta pandemia, así definida por la OMS el pasado día 11 de marzo, está provocando la mayor respuesta global ante la infección de toda la historia por parte de los gobiernos, dándose la circunstancia de que este virus está afectando sobre todo a los países del hemisferio norte, alrededor del paralelo 40, donde aún es invierno, siendo anecdóticos los casos diagnosticados en Africa. En el momento de escribir este artículo, España ocupa el sexto puesto en cuanto al número de afectados, por detrás de China, Italia, Irán, Corea del Sur y EE.UU. (aunque esto puede variar día a día), casi todos en el top de niveles de renta per capita. 

Esta situación me mueve a plantear varias reflexiones. Por un lado, se desmonta la teoría que suele esgrimir la ultraderecha de que los países africanos, a través de la inmigración, son una fuente de enfermedades. El llamado “primer mundo” ha demostrado ser un vector de transmisión del virus, independientemente del nivel económico del que hacemos gala. Africa, incluso, tiene más experiencia que Europa o EE.UU. en tratar epidemias, tras las de ébola o del cólera sufridas recientemente. 

El pasado día 10, el secretario de la ONU, Antonio Guterres, en la presentación del balance oficial del clima en 2019, afirmó que "el coronavirus es una enfermedad que esperamos que sea temporal, con impactos temporales, pero el cambio climático ha estado allí por muchos años y se mantendrá por muchas décadas, y requiere de acción continua”. 

Por el hecho de que la crisis del Covid-19 tiene su principal repercusión en Europa, China, Irán y Corea del Sur, tendemos a olvidar que Africa y Sudamérica sufren diariamente de graves problemas de salud, muchos de ellos relacionados con el cambio climático. Enfermedades como el dengue afectaron el año pasado a casi 3 millones de personas en América del Sur, matando a 1.250 personas. En los tres meses de agosto a octubre, el 85% de los casos fueron reportados en Brasil, Filipinas, México, Nicaragua, Tailandia, Malasia y Colombia. A finales de 2019, se estima que aproximadamente 22,2 millones de personas en el Cuerno de África padecieron de un elevado nivel de carestía de alimentos. Otro tanto ocurre en América del Sur, donde cientos de miles de familias en Honduras, Guatemala y El Salvador se ven afectados por la falta de alimentos y agua potable debido a la perdida de cosechas. La ONU ha llegado a decir que “el cambio climático es más mortal que el coronavirus”. 

La parte positiva de esta crisis sanitaria (si es que se puede pensar esto) es que se está demostrando que, en situaciones límite, los gobiernos son capaces de habilitar medidas excepcionales que afectan al día a día, aplicando medidas como el teletrabajo, la enseñanza virtual a distancia y la limitación de desplazamientos, medidas que, en circunstancias normales, serían impensables de aplicar. Esto puede suponer un experimento para afrontar otras crisis, como la emergencia climática, situación en la que, a buen seguro, será necesario implementar medidas extraordinarias para evitar el colapso del sistema. El resultado de estas medidas nos puede dar pistas de si seremos capaces de enfrentarnos a nuevas realidades que estamos ya atravesando, aunque no ocurran en la puerta de nuestra casa.

Articulo aparecido en eldiario.es: