miércoles, 10 de junio de 2020

EL DESPILFARRO ALIMENTICIO, UN PROBLEMA INSOSTENIBLE

Ante todo, un dato: En España se tiraron en 2018 a la basura más de 1.300 millones de kilos de alimentos, de los cuales más de 200 millones corresponden a residuos alimenticios de las casas, un 84,2% fue directamente de la nevera al cubo, sobre todo frutas, hortalizas y lácteos, y el otro 15,8% acabó en el vertedero después de cocinado. Y no sólo eso, sino que esa cantidad es un 8,9% más elevada que en 2017. Ese despilfarro se acentúa en verano con las altas temperaturas. En el conjunto de la UE, la cantidad que los hogares despilfarran se dispara, alcanzando la cifra de 46,5 millones de toneladas anuales.
Entre un 25 y un 30% de los alimentos producidos en el planeta son desperdiciados, ya sea porque las grandes cadenas de distribución exigen unos calibres y formas determinadas, rechazando los demás productos aunque sean perfectamente comestibles, ya sea porque esas cadenas de supermercados tiran a la basura los alimentos que están cercanos a su fecha de caducidad, aunque muchos de esos productos van a parar a los bancos de alimentos y a comedores sociales, o por el desperdicio de alimentos procedentes de la restauración y la hostelería, cantidad que supone el 14% del total.
Para la producción de esos alimentos que se desechan se utiliza la cuarta parte del agua destinada a la agricultura en balde y un coste económico mundial de casi un billón de dólares anuales, además de traducirse en el 8% del total de las emisiones de gases de efecto invernadero que agravan aún más la emergencia climática.
¿Qué remedio tiene esta situación? Como siempre, hay dos vías, por un lado la responsabilidad individual y, por otro, el fomento por parte de las instituciones de soluciones imaginativas y, sobre todo, rentables. Desde el punto de vista de los consumidores, es necesario adquirir hábitos como no comprar más de lo necesario, congelar alimentos para ser consumidos más adelante y realizar una cocina de aprovechamiento. Además, las nuevas tecnologías nos permiten el uso de aplicaciones que conectan a personas entre sí mediante redes colaborativas para ceder el excedente de alimentos que tenemos en la nevera o en nuestras despensas si no van a ser consumidos, evitando así el despilfarro.
Desde el punto de vista institucional, la UE pretende, dentro de su estrategia FOOD 2030, que se elimine el despilfarro alimenticio, entre otros objetivos. Para ello, se quiere mejorar el etiquetado, para simplificarlo de cara al consumidor en cuanto a la información sobre fechas de caducidad y de consumo preferente (en este caso, aunque se supere la fecha indicada, ese producto es apto para el consumo durante un tiempo añadido), así como medir mejor la demanda de alimentos por parte de las cadenas de distribución para evitar que se tiren a la basura los excedentes no vendidos.
Hay, además, otro camino, desde el mundo empresarial. Se trata de los “outlet de alimentos”, es decir, cadenas de supermercados que se surten de excedentes que les han sido devueltos a los fabricantes, bien porque está cercana su fecha de caducidad o por defectos en el empaquetado, además de ponerse en contacto directamente con los productores agrícolas, que les venden a bajo precio productos rechazados por las grandes cadenas distribuidoras por su forma no estándar o su calibre demasiado grande o demasiado pequeño.
De ese modo se ponen a disposición de los consumidores productos alimenticios en perfecto estado a precios muy competitivos, dándoles una segunda oportunidad a los alimentos al tiempo que se contribuye a paliar tanto la crisis económica de las familias como la crisis ecológica del planeta. Ese modelo de negocio es habitual en países como Francia, Reino Unido, Alemania o Estados Unidos y, de momento, en España se están abriendo supermercados de este tipo en Madrid, Zaragoza y Barcelona.
El despilfarro de alimentos se da principalmente en el mundo desarrollado. En un mundo donde 815 millones de personas están subalimentadas en la actualidad y donde la malnutrición causa el 45% de las muertes en los niños menores de 5 años, 3,1 millones de niños cada año, es, por un lado, una inmoralidad y, por otro, está acelerando el cambio climático de un modo implacable. Acabar con este problema debe ser una prioridad que tiene que ser abordada de inmediato.
Articulo publicado hoy en eldiario.es:

VIVIMOS A CRÉDITO

El pasado 27 de mayo España agotó el “crédito ecológico” que tenemos en función de los hábitos de consumo de sus habitantes, del modelo de explotación de los recursos naturales que seguimos, la gestión de los residuos que generamos, el nivel de uso de energías renovables y los Gases de Efecto Invernadero (GEI) que emitimos. Es decir, que si todos los habitantes de la Tierra vivieran a nuestro ritmo, a partir del 28 de mayo ya no habría recursos naturales que utilizar (agua, energía, alimentos…), y estaríamos condenados a la extinción. O, dicho de otro modo, necesitaríamos dos planetas y medio para subvenir a nuestras necesidades para la supervivencia. Esa fecha se conoce como Día de la Sobrecapacidad de la Tierra, y es diferente para cada país, dependiendo de su huella ecológica.
Pero, ¿qué es la huella ecológica? Este concepto, creado en 1996 por los profesores William Rees y Mathis Wackermagel, se refiere a la superficie necesaria de tierra o agua ecológicamente productivos (cultivos, pastos, bosques o ecosistemas acuáticos) y también el volumen de aire necesarios para generar recursos y asimilar los residuos producidos por cada población determinada de acuerdo a su modo de vida.
El país del mundo con mayor huella ecológica es Qatar, un pequeño país árabe del tamaño de Asturias de poco más de 2 millones de habitantes. Pues bien, si todo el planeta tuviera el nivel de vida de Qatar, necesitaríamos casi cinco planetas para subsistir, y nuestro crédito planetario se habría agotado el pasado 11 de febrero. Le siguen Luxemburgo, Emiratos Árabes Unidos, Kuwait, EE.UU. y Canadá en cuanto al ritmo de uso de los recursos naturales. España está en el puesto 26. Sólo gracias a que países en vías de desarrollo viven a un ritmo mucho más pausado en cuanto a la generación de residuos y al agotamiento de recursos se compensa este hecho.
Cada año que pasa alcanzamos antes el Día de Sobrecapacidad de la Tierra. Así, en 2018 España alcanzó esa fatídica fecha el 11 de junio, y el año pasado, el 29 de mayo. Pero, ¿en qué fecha se alcanzará el limite de uso de los recursos que se pueden regenerar de forma global en todo el planeta? En 2019 ese día fue el 27 de julio, por lo que seguramente en 2020 alcanzaremos la sobrecapacidad planetaria a mediados de ese mes. El resto del año vivimos en el llamado "déficit ecológico", utilizando los recursos de otros territorios o los de futuras generaciones, hipotecando así nuestra supervivencia. Si se sabe que en 1970 prácticamente habíamos llegado a final de año sin haber usado ese crédito, y que cada vez, desde entonces, se va adelantando la fecha, de aquí a poco tiempo nos enfrentaremos a un serio problema de recursos, aunque no parece que nos demos por enterados.
Según la Red Global de la Huella Ecológica (Global Footprint Network en inglés), organización no gubernamental creada en 2003 para medir los recursos que usamos y el modo de gestionarlos, actualmente ya necesitamos más de un planeta y medio para asegurarnos la supervivencia a medio y largo plazo. Se calcula que en 2050 requeriremos de tres planetas para satisfacer las necesidades de los 10.000 millones de habitantes que poblaremos nuestro ya superpoblado hogar. Es evidente que cada año que pasa estamos poniendo en riesgo nuestra vida futura.
Numerosas son las páginas de internet que nos aconsejan cómo reducir nuestra huella ecológica, y todas coinciden en lo esencial: de modo individual usando menos el coche y más la bici y el transporte público, reduciendo nuestro gasto energético y de agua en casa, comprando productos locales y de temporada, reduciendo nuestro consumo de carne, y contribuyendo al reciclaje de residuos y a la reducción en el consumo. Desde las instituciones se puede reducir la huella ecológica mediante una serie de acciones que incluyen el fomento del uso de energías renovables, la implementación de políticas agropecuarias sostenibles, la lucha contra la obsolescencia programada, la limitación en la extracción de recursos naturales o la aplicación de una fiscalidad verde, entre otras medidas, todo ello desde una perspectiva de género, ya que las mujeres son las que padecen los mayores impactos en las crisis sociales y ambientales.
Si seguimos la tendencia marcada en los últimos 40 años, podemos inferir que, de aquí a unos pocos años, habremos agotado totalmente el crédito que el planeta nos otorga cada año para asegurar nuestra supervivencia, dejando a las generaciones futuras una situación insostenible e injusta. No lo permitamos.
Articulo publicado en el diario.es: