lunes, 25 de febrero de 2019

OBJETIVOS INCUMPLIDOS

Fuente: EFE
Europa está cada vez más alejada de los objetivos planteados por la UE en cuanto a reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, uso de energías renovables y eficiencia energética. De hecho, el informe Brecha de Emisiones 2018 presentado el pasado mes de noviembre por el PNUMA indica que las emisiones volvieron a aumentar tras tres años de estabilidad. En 2011, la UE se marcó como objetivo el llamado Plan 20-20-20, es decir, que para 2020 se debería reducir las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) en un 20% (30% si se alcanza un acuerdo internacional), además de ahorrar el 20% del consumo de energía mediante una mayor eficiencia energética y promover las energías renovables hasta el 20% del total del "pool" energético.

Sin embargo, los datos no invitan al optimismo. En 2017, las emisiones en el conjunto de la UE no sólo no disminuyeron, sino que aumentaron en un 1,8 % respecto a 2016, según Eurostat. En el cómputo planetario, 2018 supuso un récord, ya que aumentaron en un 2,7 %, debido sobre todo a los países más industrializados, EE.UU., China y la India. Nada sorprendente, habida cuenta de las declaraciones del ínclito Donald Trump, en las que niega a existencia del cambio climático, o las del presidente de Brasil, Bolsonaro, tildando de “conspiración marxista” este fenómeno.
Una vez que los objetivos 20-20-20 no se cumplen, la UE pasó a marcarse unos nuevos objetivos con el Marco sobre Clima y Energía para 2030, en el que se pretende reducir las emisiones de GEI en un 40% en 2030, en comparación con 1990, alcanzar el 27% del consumo de energía renovable, y aumentar la eficiencia energética en un 27%. Las principales organizaciones ecologistas calificaron de “insuficientes y muy bajos” esos objetivos. En noviembre de 2018 la UE, a través de su comisario de Energía, el español Miguel Angel Arias Cañete, anunció la intención de reducir a cero las emisiones de GEI para 2050. Por muy encomiables que sean estos propósitos parecería que se están marcando objetivos cada vez más ambiciosos a medida que los datos indican lo contrario, en un ejercicio más de buenos deseos que de aplicación de medidas efectivas y, sobre todo, que vayan acompañadas de sanciones si los países miembros de la UE incumplen lo acordado.
¿Y cuál es la situación en España? En 2017, según los últimos datos disponibles, España fue el cuarto país de la UE donde más crecieron las emisiones de GEI, con un 7,4 %, sólo por detrás de Malta (+12,8 %), Estonia (+ 11,3 %) y Bulgaria (+8,3 %). El gobierno de Pedro Sánchez, a través del ministerio de Transición Ecológica, hizo un intento de aportar soluciones a esta situación, proponiendo en septiembre de 2018 un impuesto sobre el diésel, en aplicación de la llamada "fiscalidad verde", herramienta útil para paliar la situación, pero ante las fuertes protestas del sector automovilístico, se rebajaron las intenciones, calificándose la medida como un simple "globo sonda". También la deseada Ley sobre Cambio Climático se ha quedado en nada tras la convocatoria de elecciones generales, pues, a pesar de haber sido aprobada en el Consejo de Ministros del 22 de febrero, no podrá ser tramitada en el Congreso, por lo que todo estará en función de la composición del nuevo gobierno surgido de las urnas el próximo de 28 de abril.
En España, actualmente, la fiscalidad verde, aplicada sobre todo a los motores de combustión, supone solamente el 5,32 % del total de la recaudación vía impositiva, con un montante de 21.382 millones de euros en 2017, cuando en el conjunto de la UE se llega al 6,1 %, queriéndose alcanzar el 10 %. Nuestro país está, por tanto, por debajo de la media de la UE. Pero no parece que se esté por la labor de aumentar esta cifra, y sobre todo por parte de la derecha española, que basa su reclamo electoral en una bajada generalizada de impuestos, usando un argumento populista, a la par que irresponsable que, además de vaciar las arcas del Estado, nos alejará aún más del objetivo de reducir nuestras emisiones.
Afortunadamente, dos son las señales que nos indican el camino. Por un lado, la reciente aprobación por parte de la UE de una nueva regulación que atañe directamente a los fabricantes de camiones, que tendrán que reducir las emisiones de CO2 de sus productos en un 15% de aquí a 2025 y un 30% en 2030. Y por otro, la movilización de la juventud europea (y parece que también española) para exigir a los políticos que actúen de manera efectiva contra el cambio climático. Esperemos que sea el inicio de un cambio de rumbo, más allá de las buenas palabras y los objetivos que nunca se cumplen.
Artículo aparecido hoy en eldiario.es:

HUELGA POR EL CLIMA

Fuente: EFE
Mientras en España seguimos mirando nuestro ombligo, hablando sobre Venezuela, Cataluña, la última salida del tiesto del líder de la oposición o la desunión de la izquierda, en el resto de Europa la sociedad se moviliza por el reto más importante del siglo XXI, el cambio climático. La comparecencia de la joven activista sueca de 16 años Greta Thunberg en el transcurso de la Cumbre por el Clima de Katowice (Polonia) el pasado mes de diciembre, junto a su determinación a la hora de plantarse todos los viernes del año desde el pasado mes de agosto frente al Parlamento sueco para llamar la atención sobre el cambio climático han provocado que miles de jóvenes de toda Europa hayan iniciado una serie de manifestaciones en Bélgica primero, seguida de otras convocatorias en Francia, Suiza, Alemania, Holanda y Reino Unido.

Las manifestaciones multitudinarias en Bruselas, llegando a más de 70.000 jóvenes el pasado día 27 de enero, coordinadas por tres mujeres de entre 17 y 19 años, repitiéndose casi a diario en Bélgica, se han extendido no sólo a Europa, sino a todo el mundo, de París a Sidney, pasando por Bangkok, movilizando a cientos de miles de personas para luchar contra el cambio climático. Sin embargo, en España no se ha extendido este movimiento juvenil, y es necesario preguntarse el porqué.
2018 ha sido el cuarto año más cálido desde 1880, según el Instituto Goddard de Estudios Espaciales (GISS) de la NASA y la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA), sólo por detrás de 2016, 2017 y 2015, y los datos prevén que, debido al fenómeno de El Niño, los efectos del cambio climático se acentúen, pudiendo ser el presente año 2019 el más caliente de la serie histórica, según un estudio reciente publicado en la revista Geophysical Research Letters.
En las agendas de las principales organizaciones sindicales y en los medios de comunicación españoles no se habla prácticamente nada de este movimiento capitaneado por la juventud europea. Pareciera que no nos incumbe, que lo del cambio climático sigue siendo una quimera para muchos, un tema secundario que aparece en las secciones de ciencia de la prensa escrita y digital, sin apenas repercusión en nuestras vidas.
Pero la juventud europea nos está dando una lección. Para el próximo 15 de marzo hay prevista una huelga mundial por el clima, organizada por jóvenes cansados de que los adultos sólo hablemos pero no actuemos para cambiar la situación. El manifiesto que acompaña a la convocatoria de huelga advierte que “los dirigentes del mundo deber demostrar su compromiso por una transición ecológica equitativa entre ricos y pobres”, y dan de plazo hasta el 15 de marzo para que “se presente un plan a la altura de las exigencias del IPCC” (Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático), invitando “a todos y todas a abandonar las aulas para ir a su encuentro y comprobar si los adultos han hecho los deberes”.
Los organizadores del evento exhortan a la juventud a “tomar a los adultos de la mano y decirles de ir con vosotros, decirles que os necesitamos para tener simplemente la oportunidad de sobrevivír al futuro”.
Como decía la joven activista sueca, los políticos “les han ignorado en el pasado y les volverán a ignorar. Nos hemos quedado sin excusas y nos estamos quedando sin tiempo. Hemos venido aquí para hacerles saber que el cambio está llegando, les guste o no. El verdadero poder pertenece a la gente”.
Ojalá que ese empuje de la juventud europea impregne a la española.
Artículo aparecido el 9/2/2019 en eldiario.es:

martes, 22 de enero de 2019

AEROPUERTO Y TURISMO SOSTENIBLE

Están los representantes del PP, del PSOE  y los empresarios de la región que no caben en sí de gozo con la apertura del aeropuerto de Corvera, bautizado como Juan de la Cierva, pionero patrio de la aviación civil (bastante cuestionado, por cierto, por su filiación franquista que podría vulnerar la Ley de Memoria Histórica), obviando que ya contábamos con un aeropuerto, el de San Javier, que cerró el año 2018 con más de 1,2 millones de pasajeros, un 6,4% más que el año anterior. Actúan como si en la Región de Murcia no hubiera existido anteriormente un lugar donde aterrizaran los británicos en busca de sol y playa hasta que el rey Felipe VI descorrió la cortina de la placa conmemorativa que quedará en las instalaciones aeroportuarias recién inauguradas, aunque no apareciera su nombre grabado en ella.
Llevados por la euforia, y como viene siendo habitual entre los dirigentes del PP, nos prometen toda clase de beneficios y riquezas con la apertura del aeropuerto, como si su traslado a sólo 40 kilómetros de San Javier, con el traslado forzoso de sus trabajadores incluido, fuera a suponer una lluvia de millones y la llegada de riadas de turistas deseosos de disfrutar del caldero, las playas y la sangría. Ya en 2011, cuando el aeropuerto estaba en plenas obras, se nos decía que el tráfico aéreo traería 2 millones de pasajeros en 2012 y 5 millones en 2022, en un ejercicio de economía ficción a la que tan aficionados son a la hora de justificar cualquier obra faraónica que se pretenda construir en la Región (sólo hay que recordar las cifras astronómicas que se manejaban a cuenta de los proyectos afortunadamente fallidos, por el alto impacto que habrían ejercido sobre los espacios donde se querían instalar, como el parque Paramount, Marina de Cope o, más recientemente, el macropuerto de El Gorguel).
Nada más inaugurarse las instalaciones aeroportuarias se nos intenta vender la moto de la creación de empleo, con el anuncio de la generación de 5.600 puestos de trabajo sólo en el primer año, así como la llegada de 800.000 turistas más. Pero claro, todo eso estará supeditado a la construcción de infraestructuras (hoteles, centros comerciales, locales comerciales) que incide en reafirmar un modelo turístico insostenible desde el punto de vista ambiental. No parece que gobierno regional tenga como objetivo conseguir un turismo sostenible en la Región de Murcia, entendido como aquel que es compatible con la correcta conservación de los espacios naturales. A pocos días de la celebración de la Feria Internacional de Turismo FITUR, el lema que parece que guía a los responsables de la política turística de la Región es "cuantos más, mejor", con la intención de que 6 millones de turistas nos visiten en este año 2019, aumentando en 300.000 el número de turistas con respecto a 2018.
Pero si no se hace una previsión de la Capacidad de Carga Turística (CCT), definida como el máximo nivel de personas que un espacio físico puede soportar antes de que el recurso ambiental se comience a deteriorar, se corre el riesgo de matar a la gallina de los huevos de oro, como ya se está verificando en destinos como las islas Baleares o Barcelona. La Región de Murcia cuenta con auténticas joyas ambientales, como los parques naturales de Calblanque, Sierra Espuña, Salinas de San Pedro del Pinatar, por citar unos cuantos. Aún podemos disfrutar de lugares no masificados, y el fenómeno de la "turismofobia" aún no ha llegado a estas tierras. Si sólo se busca el beneficio inmediato, el rendimiento económico ligado a grandes infraestructuras, y no se realiza una planificación adecuada para evitar o, al menos, minimizar el impacto social y ambiental de esa supuesta llegada masiva de turistas a la que el gobierno regional aspira, nos podemos encontrar en pocos años con una situación indeseable de turismo masivo.
El aumento del turismo en poco tiempo se relaciona con la reducción drástica de los salarios de los empleados del sector, un aumento de la carga de trabajo y de la economía sumergida, conflictos entre la población local y los turistas. Se calcula que cada millón de turistas que recibe España consume y genera 11 millones de litros de combustible, 300 millones de litros de agua, 2 millones de kilos de alimento, 25 millones de kilos de CO2 y toneladas de residuos, que ensucian playas y valiosos ecosistemas marinos y terrestres. ¿Es eso lo que queremos? Se hace necesaria una reflexión sobre el modelo turístico que debe aplicarse en la Región de Murcia, primando la calidad sobre la cantidad. Aún estamos a tiempo.
Artículo publicado hoy en eldiario.es: