jueves, 25 de julio de 2019

LA CUESTIÓN DE LOS TRATADOS DE LIBRE COMERCIO

(Imagen de archivo 2016) Manifestantes contra el TTIP y el TiSA en Berlín. Foto: cc Cornelia Reetz vía Flickr
Dos tratados de libre comercio entre la UE y terceros países van a ser ratificados, presumiblemente, a medio plazo, por los diferentes parlamentos nacionales del club de los 28. Así, el Tratado entre la UE y los cuatro países que forman parte de Mercosur (Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay), firmado el pasado 28 de junio, tiene un plazo de dos años para ser ratificado. El otro tratado de Libre Comercio, el CETA, que atañe a la UE y Canadá, no entrará plenamente en vigor hasta que la totalidad de los países miembros de la UE lo ratifiquen, aunque ya se aplica de forma provisional. Estos dos tratados se suman a los ya existentes con otros países como Japón (vigente desde 2018), Corea del Sur (aprobado en 2011) o Vietnam, recién aprobado. El otro acuerdo que queda en el aire, el TTIP, con EE.UU., se estanca debido a la política proteccionista de Trump.
Desde los diferentes gobiernos nacionales y desde la propia UE se nos venden las bondades de dichos acuerdos comerciales, con la rebaja de hasta el 99% en los aranceles a la exportación de productos europeos, la mejora de la competitividad de las empresas y los beneficios para los consumidores, además de que se garantiza la seguridad alimentaria de la ciudadanía europea. Sin embargo, numerosas son las voces que critican estos tratados de libre comercio, por sus repercusiones ambientales, sociales, sanitarios y hasta en la calidad de la democracia, sobre todo desde las organizaciones antiglobalización, como ATTAC, grupos ecologistas como Greenpeace o Ecologistas en Acción, así como desde diversos grupos políticos del Parlamento Europeo, como los European Greens (los verdes europeos) o la Izquierda Unitaria.


¿Cuáles son las razones del rechazo a este tipo de tratados? En primer lugar, desde el punto de vista ambiental, el hecho de que centenares de miles de toneladas de carne invadan anualmente la UE procedentes de Canadá y América del Sur supone el aumento de las emisiones de CO2 por el transporte en barco y avión, una cantidad enorme que se suma a la que ya se produce en la UE, situación que preocupa a los productores europeos, ya que los estándares de calidad en la producción son más flexibles en esos países que en Europa. Así, en Canadá y los países del Mercosur se permite la alimentación del ganado bovino y aviar con antibióticos, hormonas y harinas animales prohibidos en la UE, lo que pone en peligro la seguridad alimentaria de los consumidores del viejo continente.
En el mundo se consumen anualmente más de 300 millones de toneladas de carne, cinco veces más que hace 60 años, y la producción de carne supone el 15% de las emisiones totales de CO2. Los españoles comemos seis veces más carne de la máxima recomendada, ocho veces más en el caso de la carne procesada, según un informe de la ONG Justicia Alimentaria-Veterinarios sin Fronteras. Europa necesita reducir el consumo de carne, no aumentarla con la llegada a los mercados de estas ingentes cantidades de productos animales, para conseguir la reducción de las emisiones a la atmósfera.
Algunos hechos concretos que permiten poner en duda la eficacia de estos acuerdos. El CETA, desde su aplicación, ha supuesto que se aumente en un 63% la exportación de petróleo canadiense a la UE, casi todo procedente de prácticas dudosas como el fracking, comprometiendo la tan ansiada transición ecológica de la economía en la UE. Por su parte, el gobierno brasileño de Bolsonaro, que niega el cambio climático y rechaza el Acuerdo de Paris de 2015, puede provocar que se dispare la deforestación de la Amazonía, merced al acuerdo con Mercosur, para hacer frente al aumento de las exportaciones brasileñas de carne y soja, lo que no sólo afectaría a la biodiversidad, sino que se agravaría la emergencia climática y se pondría en peligro (aún más), el modo de vida de los pueblos indígenas.
Más allá de los aspectos ambientales y sociales, la calidad democrática está en entredicho con la aplicación de estos tratados, ya que si un Estado miembro de la UE aprueba una ley que va en contra de los intereses de una empresa en particular acogida al tratado de libre comercio, ésta puede denunciar a ese estado ante un tribunal de arbitraje privado, aunque suponga un perjuicio al medio ambiente o a la seguridad alimentaria. Este aspecto fue avalado el pasado mes de abril por el Tribunal de Justicia de la Unión Europea.
Debemos poner en duda los supuestos beneficios de los tratados de libre comercio como el de Mercosur o el CETA ya que, aunque puedan suponer ventajas competitivas para las grandes empresas, no está claro que favorezcan a los intereses de la ciudadanía europea. Frente al libre trasiego de productos entre los continentes, consumo de productos locales. Frente al fomento de una economía lineal, emisora de gases que aceleran el calentamiento global, depredadora del territorio y que vulnera los derechos humanos, una economía circular, de cercanía y que tenga en cuenta los límites del planeta.
Artículo publicado en el diario.es:
https://www.eldiario.es/murcia/murcia_y_aparte/cuestion-tratados-libre-comercio_6_923267668.html


viernes, 28 de junio de 2019

EL PLANETA SE ASFIXIA DE CALOR

Fuente EFE
Con la llegada del verano, asistimos de nuevo a las olas de calor. Según los expertos llegarán a Europa cada vez más pronto y cada vez de forma más frecuente y devastadora. En Alemania se esperan temperaturas de 40ºC y noches de 25ºC; en nuestro país, el fin de semana nos deparará temperaturas por encima de ese valor en muchas regiones de España. En Francia temen que se repitan las consecuencias de la ola de calor que sufrieron en agosto de 2003, con 15.000 muertes.

La AEMET ha contabilizado, con ésta, una decena de olas de calor que hayan tenido lugar en junio, desde 1975, fecha en que comenzaron a registrarse estos fenómenos. Pues bien, de esas 10 olas de calor al comienzo del verano, cinco han tenido lugar en esta década. Las olas de calor en junio son especialmente graves, por la larga duración de los días, que provoca que se prolonguen las altas temperaturas hasta bien entrada la noche. Los expertos calculan que se superará en 10ºC la temperatura normal para esta época del año.

A nivel mundial, el pasado día 8 de junio se alcanzó el récord absoluto de temperatura planetaria en Kuwait, con 52.2 grados centígrados a la sombre y 63 bajo la luz directa del sol, causando cinco muertos y frecuentes deshidrataciones. Para este verano, se espera que este país árabe alcance los 68ºC al sol. En la India se han producido 78 muertes debido a golpes de calor. Al otro extremo del mundo, los informativos de televisión difundían la imagen viral de un trineo tirado por perros en Groenlandia que, en vez de avanzar sobre la nieve, lo hacia sobre un manto de agua procedente del deshielo.

No vamos a insistir más en las causas últimas de estos fenómenos que se repiten año tras año en Europa y el resto del mundo. Ya se empieza a hablar de los "estragos del cambio climático". Entre otros, los incendios forestales, las sequías y los recortes en los suministros de agua potable, sobre todo en los países en desarrollo. En algunos países europeos, el año pasado, varias centrales nucleares tuvieron que parar su actividad por el calentamiento de las aguas de los ríos colindantes, incapaces de refrigerar suficientemente los reactores. Un estudio de la revista Nature Energy de 2017 advertía sobre las consecuencias que el cambio climático provocará sobre la producción de electricidad basada en el agua, ya que se prevé que, en 2030, hasta 54 cuencas hidrográficas en Europa reducirán su caudal.

Pero no todo el mundo hace caso a las advertencias de la comunidad científica ni a los datos objetivos. Ya sabíamos que Donald Trump niega el cambio climático; ahora niega hasta la existencia del clima. El mandatario norteamericano afirmaba recientemente en su cuenta de Twitter que "No vivimos en el medio ambiente, vivimos en América", donde también ha afirmado que "puede que haga frío o calor, pero eso no implica que lo que llaman temperatura sea real". O también "Cae agua del cielo, pero eso no es una prueba de que haya un sistema que conecte el mar, la evaporación y las nubes en una especie de conspiración complejísima. Es todo una patraña". Todo un figura.

Mientras tanto, el gobierno murciano, aún pendiente de entrar en funcionamiento por el apoyo (o no) de la extrema derecha, también piensa que eso del cambio climático no va con ellos, que las cuencas del Tajo o del Ebro son inagotables y que se puede extraer de ellas y de las aguas subterráneas toda el agua que se necesite, tal y como recoge el acuerdo firmado entre el PP y Cs en la Región de Murcia. Y siguen exigiendo agua, aunque sea para dejar abandonados los cultivos, como ha ocurrido recientemente en Yecla, donde se han dejado pudrir 35 hectáreas de lechugas, para cuyo crecimiento se utilizaron 120 millones de litros de agua, cantidad equivalente, según dijo el portavoz de la Plataforma Ciudadana Salvemos el Arabí y Comarca, colectivo denunciante de este hecho, a que "alguien se dejara el grifo de la cocina abierto 24 horas al día, 365 días al año, durante 38 años ininterrumpidamente".

¿Cuándo se darán cuenta nuestros gobernantes de que sin un golpe de timón brusco y un cambio en el modelo económico iremos abocados a que, verano tras verano, suframos sucesivas olas de calor y sus efectos colaterales? Y, lo que es peor, que podamos traspasar un punto de no retorno, situado por los expertos en en año 2035. A la vuelta de la esquina, como quien dice.
Articulo aparecido en eldiario.es:

lunes, 3 de junio de 2019

ESPAÑA DEBE SUBIRSE A LA OLA VERDE

Nuestro país es una anomalía en Europa. En Alemania, Francia o Bélgica, Los Verdes (Die Grünen, Europe Ecologie-Les Verts y Ecolo, respectivamente) obtienen resultados espectaculares en las elecciones europeas, y siguen demostrando ser el mejor cortafuegos a la extrema derecha frente a los partidos de corte más clásico (socialdemócratas, conservadores y la izquierda tradicional). Así, los verdes alemanes se sitúan justo detrás del partido de Merkel, muy por delante de los socialdemócratas; en Francia, EE-LV va en tercer lugar tras la ultraderecha y el macronismo, dándose la circunstancia de que la cuarta parte de la juventud francesa de entre 18 y 35 años ha elegido a la opción verde; en Bélgica obtienen un 21% de los votos, mientras que en otros países europeos los distintos partidos verdes sacan buenos resultados, un 15% en Irlanda y un 12% en el Reino Unido. El conjunto de la familia verde europea ha conseguido el 9,19% de los votos al Parlamento Europeo, con 69 diputados, 17 más que en 2014, situándose como la cuarta fuerza de la eurocámara. Se habla de la "Ola Verde" que recorre Europa, azuzada por las manifestaciones de la juventud europea que, desde hace meses, y liderada por la activista sueca Greta Thurnberg, reclama acciones directas contra el cambio climático.

Sin embargo, en nuestro país la opción verde no acaba de cuajar, a pesar de que los primeros partidos verdes en España vieron la luz en la década de los 80, y de la existencia de EQUO desde 2011, referente del Partido Verde Europeo en España, junto a ICV. Las razones hay que buscarlas, en mi opinión, en primer lugar, en la escasa conciencia ecologista de la sociedad española, tal vez porque España alberga el mayor número de especies de vertebrados y de plantas vasculares de todos los países europeos, registrando la mayor biodiversidad del continente, y aún creemos que la naturaleza no está en tan mal estado como nos lo pintan. Otra razón es la existencia de una cultura política heredada de la Transición, en la que se confrontan dos bloques antagonistas, izquierda y derecha, que tal vez sea insuficiente para responder a los retos y la complejidad que nos plantea el siglo XXI, principalmente como resultado del cambio climático. La prueba es que en el resto de Europa, esos bloques tradicionales o clásicos están en franco retroceso. La izquierda francesa atraviesa una crisis sin precedentes, habiendo obtenido solamente el 6% de los votos, mientras que los "republicanos" derechistas se quedan con poco más del 8%. En Alemania, el SPD se queda en el 15% mientras que Die Linke (los antiguos comunistas) apenas superan el 5%.
Los partidos verdes españoles se han caracterizado desde su fundación por aliarse con otros partidos del espectro de la izquierda, ya sea el PSOE, ya sea IU o, más recientemente, con Podemos, conscientes de su poca implantación social y esa escasa concienciación ecologista de la sociedad. En todo este tiempo se han perdido años preciosos, en mi opinión, para conseguir el apoyo social al que todo partido debe aspirar para tener éxito, apostando por el contrario por la estrategia de conseguir una mínima representación institucional que pueda colar las ideas ecologistas, aunque sea en un entorno político a menudo contrario a esas ideas. Pero no valen proyectos personalistas, con "lideres" mesiánicos que dicen representar a todo un movimiento, pero que, en realidad, se representan a sí mismos y lo único que pretenden es perpetuarse en esto de la política, a toda costa, aunque signifique el fin del partido. Al contrario, es necesaria la existencia de un partido verde fuerte e independiente que represente los postulados de la ecología política, que cuente con una base social suficiente como para caminar libre de ataduras.
En 2010, el aún eurodiputado de EQUO Florent Marcellesi, en su ensayo "Ecología política: génesis, teoría y praxis de la ideología verde" definía a esta ideología como   antiproductivista, proponiendo "una visión global de la sociedad, de su futuro, de las relaciones entre seres humanos, de las relaciones entre éstos y su entorno natural y de las actividades productivas humanas", más allá del mero ambientalismo al que algunos quieren limitarla. La ecología política tiene todo un conjunto de propuestas que son diferentes a los demás partidos al uso, ya que, al contrario de otras opciones políticas, tiene en cuenta los límites biofísicos del planeta, y esa premisa afecta a todos los ámbitos, desde el modelo productivo, la economía y los servicios públicos, hasta las relaciones interpersonales y la distribución del tiempo del trabajo, entre otros. España debe subirse a la "ola verde" que recorre Europa, y debe hacerlo no sólo por medio de las manifestaciones de los jóvenes en las calles, sino que se tiene que traducir en un activismo político que siente las bases de un partido verde fuerte y autónomo que dé respuesta a los retos del siglo XXI.
Articulo publicado hoy en eldiario.es: