lunes, 17 de febrero de 2014

DEPORTE Y DERECHOS HUMANOS

El ansia de los países por organizar eventos deportivos internacionales de primer orden les está llevando a vulnerar todos los derechos, desde el abuso a los trabajadores, que les llevan en muchos casos a la muerte, a escándalos de corrupción y atentados ambientales, que están provocando cada vez de forma más numerosa protestas tanto dentro como fuera de esos países.

Lo hemos visto en Sochi, donde se están celebrando actualmente los JJ.OO. de invierno, los más caros de la historia, juegos salpicados por escándalos de corrupción, homofobia y represalias a activistas, sobre todo con temas relacionados con el medio ambiente, ya que son numerosas las voces que han denunciado vertidos ilegales, destrucción de bosques y contaminación de ríos durante la preparación de esos juegos.

También el Mundial de Fútbol que se va a celebrar este verano en Brasil, así como los JJ.OO. de verano de 2016, que se desarrollarán en Río de Janeiro, han sacado a las calles a miles de brasileños que denuncian los sobrecostes de las obras de los estadios y la corrupción de las instituciones, además de protestar por que se destinen miles de millones de reales (la moneda de ese país) a la organización de estos eventos, descuidando la educación y la sanidad, en uno de los países con mayor desigualdad social del mundo. Estas protestas se han traducido en manifestaciones por las calles de Río, Sao Paulo y otras ciudades brasileñas, que se han saldado con más de 140 detenidos. Esto ha hecho que el gobierno brasileño prepare un plan de seguridad, con un coste de 500 millones de dólares, para intentar evitar estas protestas durante el desarrollo del Mundial.

El último episodio en la historia negra de los grandes eventos deportivos lo hemos sabido hoy, al saberse que más de 400 nepalíes han muerto en las obras de construcción de los estadios de fútbol para el Mundial de 2022 de Qatar. La ONG Comité de Coordinación para los Emigrantes Nepalíes (Pravasi Nepali Co-ordination Committee -PNCC-) calcula que de aquí a la inauguración de este campeonato, diez veces más de trabajadores perderán la vida en las obras. 

Esta competición por organizar estos espectáculos, llevados por la pretensión de que las grandes empresas nacionales ganen ingentes cantidades de dinero, pero a costa de la vida de trabajadores, la vulneración de los derechos humanos y la destrucción del medio ambiente, es una vertiente más del capitalismo salvaje que está campando a sus anchas en este siglo XXI. A menudo estas apuestas salen caras, como se puso de relieve en los JJ.OO. de Atenas 2004, que precipitaron la crisis brutal del país heleno, al causarle un perjuicio económico astronómico, como ya puse de relieve en un artículo anterior, en el que apelaba a la no celebración de los JJ.OO. en Madrid, como luego afortunadamente ocurrió. 

A esta carrera por llevarse el gato al agua contribuyen los propios deportistas, que a menudo anteponen sus carreras deportivas a la defensa de los derechos humanos. Lo vimos en la selección española de fútbol, que no dudó en acudir a Guinea Ecuatorial el pasado mes de noviembre para disputar un encuentro amistoso, un país gobernado con mano de hierro por el dictador Obiang. Este hecho fue denunciado por gran parte de la oposición en el Congreso de los Diputados. También han sido polémicas las declaraciones del abanderado del equipo olímpico de deportes de invierno, Javier Fernández, al recomendar a los deportistas gays "que se corten" durante la celebración de los JJ.OO. de Sochi, para evitar problemas por la ley homófoba del gobierno de Putin. Aunque se entiende que los años de preparación de l@s deportistas para acudir a estas competiciones pueden irse al traste, debería exigírseles que, además de tener las mejores marcas, fueran personas íntegras que contribuyeran a denunciar las situaciones injustas. No deberían aceptar participar en competiciones en países donde se atentaran contra los derechos humanos.

Pero la mayor exigencia hay que hacérsela a los gobiernos y a los organismos internacionales, que deberían velar por que esos derechos se respetaran escrupulosamente, y no concedieran la organización de estos eventos deportivos a países que los vulneren y, si durante la organización de los mismos, se produjeran situaciones de atentados a los derechos de los trabajadores o delitos ambientales, se debería poder retirar el privilegio de la organización de esos campeonatos. Desgraciadamente, los propios organismos que conceden las candidaturas no están exentos de ser corruptos y de recibir sobornos y favores, como en la FIFA y en el COI

El mundo del deporte de élite, que mueve miles de millones de euros y que es un engranaje más de la maquinaria capitalista, debe recuperar los valores que hipócritamente nos venden en sus discursos vacíos, que quedan muy bien en los medios de comunicación, pero que están muy lejos de ser una realidad.


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