miércoles, 16 de septiembre de 2015

MIGRACIONES Y CLIMA: DOS RAZONES PARA CEDER SOBERANÍA

Una de las imágenes más impactantes de la historia fue cuando en 1969 el astronauta Neil Armstrong mostró al mundo nuestro planeta desde la superficie lunar, como una esfera que flota en la inmensidad del universo. En ella se percibe el azul del mar, cubierto de nubes, entre las cuales se adivinan porciones marrones de tierra firme. Decenas de fotografías de la Tierra desde el espacio nos han desvelado una verdad inmutable: que las fronteras no son sino artificios creados por el ser humano para separar y segregar, y que su existencia ha sido y es fuente de conflictos armados y que constituyen barreras, casi siempre infranqueables, para las personas, aunque no para los capitales.
La existencia de los Estados-nación ha sido, a menudo, el pretexto para subyugar a sus vecinos y expoliar los recursos naturales, si son de terceros países, mejor, en base a una supuesta superioridad moral y económica. La explotación del subsuelo en el Próximo Oriente, África o Sudamérica, en forma de petróleo, gas o productos de la minería, por parte de países occidentales, a través de multinacionales, la sobrepesca de los caladeros por barcos con pabellones de conveniencia contra los que no se puede actuar, o la compra de tierras africanas para el cultivo de biocombustibles por parte de países del Golfo Pérsico, Europa o Asia, en detrimento de las poblaciones locales, son ejemplos de cómo los Estados-nación actúan impunemente en base a su soberanía y al derecho de no-injerencia.
Estos meses estamos asistiendo impotentes al mayor movimiento de personas refugiadas que huyen de la guerra y de la miseria desde hace años, y comprobamos cómo las fronteras de Europa son un impedimento para resolver esta tragedia, y cómo la falta de solidaridad por parte de los gobiernos de los países europeos no hace sino agravar la situación, sin que los 28 integrantes de la UE lleguen al acuerdo necesario para acoger a los refugiados. No sólo la defensa de los derechos humanos debe hacernos reflexionar sobre el papel de los Estados-nación en un mundo globalizado. La crisis ecológica que sufre el planeta, muy relacionada con la crisis humanitaria, obliga a repensar cuál es la mejor manera de abordar la búsqueda de soluciones a los problemas ambientales. El Estado individual no nos protege de las amenazas que se ciernen a nivel planetario, como el cambio climático. Las acciones que se realizan en un lugar, como las emisiones de gases de efecto invernadero o la destrucción de los bosques tropicales, afectan no sólo a esos países sino a la totalidad del planeta.
La soberanía de los estados como pretexto para no actuar parece que es un tabú que no puede ser violado, pero las situaciones de emergencia humanitaria y climática en la que estamos inmersos no puede ser resuelta en el marco de los Estados-nación, porque sólo representan respuestas parciales e insuficientes. La defensa de los Derechos Humanos y la salvaguarda del planeta exigen una respuesta ágil desde ámbitos supranacionales, a condición de que los estados cedan parte de la soberanía para resolver esos dos grandes retos.
Artículo publicado hoy en La Crónica del Pajarito:



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