martes, 24 de abril de 2012

¿CRECIMIENTO? ¿PARA QUÉ?

Los gobiernos occidentales insisten en el mantra de que hay que "recuperar la senda del crecimiento". Para ellos, inmersos en el sistema capitalista, si no hay crecimiento no hay desarrollo ni creación de empleo. Este sistema, tal y como está estructurado, exige una huida hacia adelante, con la obligatoriedad de un crecimiento ilimitado (es decir, del aumento del intercambio de bienes y servicios, expresado en el aumento del PIB), sin el cual llegaríamos al colapso de la economía. Sin embargo, el PIB es un índice perverso, porque no expresa de forma adecuada el bienestar de la sociedad ni tiene en cuenta los límites finitos de nuestro planeta. Por ejemplo, el mayor consumo de gasolina o la compra de coches hace aumentar el PIB, aunque ello signifique atascos y más contaminación. También un mayor índice de delincuencia hace aumentar el PIB, porque los gobiernos deben gastar más en seguridad. El PIB no tiene en cuenta la desigual distribución de la riqueza o la degradación del medio ambiente. Es decir, que el bienestar de una sociedad puede ir en retroceso a pesar del aumento del PIB. Por ello, otros índices de desarrollo se han implementado, como el IDH (Indice de Desarrollo Humano) o el IFP (Indice de Felicidad Planetaria), que se ajustan más a la realidad (ver entrada anterior). 

El crecimiento per se produce una serie de efectos perjudiciales sobre los ecosistemas que los economistas clásicos suelen obviar. El crecimiento aumenta la huella ecológica, es decir, la superficie necesaria para subvenir a las necesidades  y para asimilar los residuos producidos por cada población determinada de acuerdo a su modo de vida  específico, de forma indefinida. Además, produce el aumento de las emisiones de CO2, acelerando el cambio climático. Así, España acaba de agotar el presupuesto ecológico correspondiente a 2012 y a partir de hoy ya inicia su deuda ecológica, emitiendo más CO2 del que puede absorber y superando su biocapacidad (ver enlace). A nivel mundial, el crecimiento global de las economías desarrolladas provoca un aumento de las desigualdades -con el incremento en los índices de mortalidad, delincuencia, problemas psicológicos...- (ver enlace) y el agotamiento de los recursos naturales, que hipotecan nuestro futuro. En un planeta finito, son mayores los inconvenientes provocados por el crecimiento que las ventajas que nos puede aportar, como se ha visto en los últimos decenios.


A partir de la década de los '70, cuando se vieron los primeros síntomas de que el sistema económico imperante en Occidente nos llevaba a un callejón sin salida, toda una serie de economistas empezaron a cuestionar el dogma del crecimiento. En 1972, el Club de Roma publicó la obra conjunta Los límites del crecimiento, en el que ya se advertía que, «en un planeta limitado, las dinámicas de crecimiento exponencial (población y producto per cápita) no son sostenibles». Ese mismo año, Herman Daly (1938) propone la teoría de la economía del estado estacionario, en el que, alcanzado un estado óptimo de la economía, no es necesario un crecimiento anual. Sin embargo, Nicholas Georgescu-Roetgen (1906-1994) cuestionó este extremo, considerando que, debido a las leyes de la termodinámica, no se podía mantener este estado, y que "durante el uso de materiales, siempre hay una parte que se degrada y que es imposible de recuperar, ni con los métodos más futuristas de reciclado". También anticipó el cambio climático e introdujo factores inmateriales, como la alegría, en los flujos económicos. Sus teorías dieron lugar  al concepto de decrecimiento, debida a Serge Latouche (1940). A partir de 2002, el decrecimiento, corriente de pensamiento económico, político y social que aboga por la disminución gradual y controlada de la producción (por lo menos en los países más industrializados), para no sobrepasar los límites del planeta, tiene cada vez más adeptos. En 2008, Christian Kerschner cree que ambos puntos de vista (estado estacionario y decrecimiento) pueden ser compatibles.

Estas alternativas a la economía ortodoxa, desde la óptica de la llamada economía ecológica, que ningún gobierno actual tiene en cuenta, son, sin embargo, las únicas que pueden asegurar un futuro próspero a la humanidad. Pero aquí la prosperidad no significa opulencia ni acopio de bienes materiales, alentado por campañas institucionales de incitación al consumo (o más bien al consumismo), como bien explica Tim Jackson (1957) en su libro Prosperidad sin crecimiento. En palabras de Jackson: "La prosperidad tiene que ver con nuestra capacidad de florecimiento (físico, psicológico y social) (...) que depende fundamentalmente de nuestra capacidad para participar significativamente en la vida de la sociedad". En este ensayo se dice que, según diferentes estudios (Worldwatch Institute, PNUD), no hay un aumento real en la esperanza de vida, en la mortalidad infantil o en los niveles educativos a partir de unos ingresos netos per capita de 15.000 dólares anuales (unos 11.500 euros). 

En los países más desarrollados es urgente realizar esa transición hacia una economía baja en carbono, que frene y revierta el cambio climático, tal y como demanda la Comisión de Medio Ambiente de la UE, para conseguir la reducción de las emisiones de CO2 en un 40% en 2030 y un 80% en 2050 (ver enlace), una economía capaz de crear de empleo, al tiempo que cambia la posición de las personas en el sistema productivo, pasando de ser meros peones del proceso ideado por las cúpulas para alcanzar determinadas metas macroeconómicas, que han demostrado ser perjudiciales para nuestro planeta, a ser verdaderos protagonistas en la toma de decisiones y en la construcción de una sociedad ambientalmente sostenible y socialmente justa. Para ello es necesario acometer una serie de reformas a nivel internacional, como son, entre otros:

- Reforma fiscal verde, de modo que "el que más contamina, más paga".
- Inversión en una economía verde, con el desarrollo de sectores como las energías renovables, la rehabilitación de las viviendas con criterios bioclimáticos, el reciclaje y la gestión de residuos, la agricultura ecológica, la ganadería no intensiva, etc.
- Reparto del trabajo para que más personas puedan trabajar y para disponer de más tiempo para otras actividades social y personalmente más útiles (ver entrada anterior). 
- Disminución de las diferencias de renta entre los diferentes sectores de la sociedad, con el incremento de la fiscalidad a las grandes fortunas.
- Introducción de una Renta Básica Universal (ver entrada anterior). 
- Desmantelamiento de la cultura consumista, fuente de ansiedad y que impulsa a las personas a la búsqueda incesante de la "novedad" vacía de contenido, además de ser una actividad depredadora de los recursos naturales.
- Aumento de la resiliencia, término que se refiere a la capacidad de una sociedad de recuperarse ante situaciones de crisis. Esto se puede conseguir incrementando la participación de las personas en la vida comunitaria y aumentando la cohesión social, reduciendo la movilidad geográfica de los trabajadores, es decir, todo lo contrario de lo que pretende el actual gobierno español con su reforma laboral.

Hay que rechazar la dictadura del PIB como medida de una economía, como la actual, que es perjudicial para el planeta, al tiempo que los gobiernos deben iniciar la transición hacia una economía baja en carbono. Nuestros descendientes lo agradecerán.




3 comentarios:

  1. Y mi pregunta es, ¿existe de verdad un desarrollo humano sostenible ?

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  2. Muchos (y yo mismo) piensan que las palabras "desarrollo" y "sostenible" son contradictorias. Claro, eso si se habla de desarrollo como crecimiento económico. Si se piensa en desarrollo humano como "incremento de las capacidades personales y del aumento de sus posibilidades y del disfrute de la libertad para vivir la vida que valoran", según la definición del PNUD (Programa de las NN. UU. para el Desarrollo) sí creo que son compatibles ambas palabras.

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  3. Felicidades por el blog y por esta entrada. Está claro que mientras se contemple la riqueza como un pastel (producto final) no como un ciclo, la política como la conocemos y la ecología serán discordantes. Una corriente político-ideológica nos dice que debe repartirse ese pastel de manera solidaria y equitativa e incluso que debe repartirse mas a los que menos posibilidades tienen...algo que algunos contemplan como injusto...ésos mismos que ven injusticia, sienten afinidad por la corriente ideológica que afirma que si uno trabaja mas, o tiene mejores aptitudes, capacidades o incluso por herencia o legado del esfuerzo de sus antepasados, tiene derecho a una parte mayor de ese pastel. Ese es el problema...los grandes bloques en su discurso demagógico sólo hablan de repartir un pastel, no hablan del ciclo...es decir del agricultor que siembra, del molinero, del panadero, del repartidor ni de como con la paja que sobra a uno se podría calentar el horno del otro, o de como con los desperdicios del panadero se podría alimentar el vehiculo del repartidor etc...puede parecer trivial y constreñido al ejemplo pero la realidad es que se pueden replantear medidas mucho mas eficientes en todos los aspectos de la producción y aunque no existan grandes picos productivos siempre es preferible, por sentido común y por ahorro de esfuerzos y energía una producción menor, otra cosa es que en los productos no se valore económicamente a precio de mercado la degradación o los inconvenientes para la salud etc...sería lamentable que tuviese que pasar como va a ocurrir con la sanidad o la educación...es decir...que tengamos que pagarla para valorarla...porque quizás cuando queramos poner remedio ya sea demasiado tarde para el planeta...y para nosotros.

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