miércoles, 21 de febrero de 2018

ADAPTARNOS A LA ESCASEZ DE AGUA, LA ÚNICA SALIDA

El momento ha llegado. Tras años de advertencias por parte de científicos y organizaciones ambientalistas, la consecuencia más perjudicial y más temida para el ser humano debida al cambio climático está teniendo lugar en Africa Austral: la falta de agua potable para el consumo. El pasado 13 de febrero, las autoridades de la región de Ciudad del Cabo, en Sudáfrica, advirtieron que, para el próximo 11 de mayo, no saldrá una sola gota de agua de los grifos, debido a la sequía que padece la zona desde hace tres años, siendo éstos los más secos desde que se tienen registros, y 2017 el peor con tan solo 153,5 milímetros de lluvia acumulada. De aquí a entonces, los habitantes de la ciudad sudafricana tendrán limitado el acceso al agua potable a un total de 25 litros por persona y día, cantidad que se sobrepasa con una ducha de dos minutos y tirar una vez de la cadena.
“En Australia, Israel o Kuwait ya se están implementando soluciones como la desalinización movida por energía solar, la mejora en el reciclaje de las aguas residuales o la instalación de tanques de recogida de aguas pluviales en los edificios”
Son los primeros signos de un problema global que, según los expertos, pueden traer como consecuencia más extrema la “guerra del agua”. Según la ONU, 750 millones de personas en el planeta carecen de acceso al agua potable y casi dos millones fallecen cada año por razones relacionadas con este problema. Para 2030, la demanda de agua será un 40% mayor, por el aumento de población y su concentración en las ciudades, y en 2025 dos de cada tres personas en el planeta sufrirán restricciones en su suministro de agua. Muchos conflictos actuales, como la interminable guerra de Siria, tiene como parte de su origen una prolongada sequía que asoló el país entre 2007 y 2010, expulsando a cientos de miles de personas de las tierras y ciudades de Siria, donde fueron marginadas.
En Europa, nuestro país es en el que la sequía está siendo más severa. Desde que comenzó el año hidrológico, en España ha llovido un valor medio de 231 litros por metro cuadrado, un 28 por ciento menos que el valor medio normal. A pesar de las lluvias que han aliviado la situación en el norte del país, la reserva hidráulica española está ahora al 42,94% de su capacidad total, siendo especialmente grave en las cuencas del Guadalquivir (32,9%), del Tajo (37,61%), del Duero (37,90%) y, sobre todo, en la cuenca del Segura (16,2%). En Sudáfrica se estima que cuando los embalses que abastecen a la población lleguen al 13,5% de su capacidad se llegará al punto crítico del llamado “día cero” en el que el ejército se encargará de la distribución de agua potable en alguno de los 200 puntos habilitados para ello.
Sin llegar aún a ese extremo en otras zonas del mundo, es necesario empezar a anticiparse a esta situación que será cada vez más frecuente, aprendiendo de las experiencias desarrolladas en otros países, como Australia, Israel o Kuwait. Así, ya se están implementando soluciones como la desalinización movida por energía solar, la mejora en el reciclaje de las aguas residuales o la instalación de tanques de recogida de aguas pluviales en los edificios. En este sentido, es significativo que la Comisión Europea tiene abiertos contra España cinco procedimientos de infracción de la Ley de Aguas, al incumplirse los plazos para implementar la Directiva 91/271/CEE, sobre el tratamiento de las aguas residuales urbanas, y hay depuradoras urbanas señaladas por Europa que siguen sin estar ejecutadas o funcionando correctamente.
Pero lo más acuciante debe ser la reducción en el consumo de agua. Es sabido que el 80% del agua es usada en la agricultura y la ganadería. Ya hay experiencias que consiguen reducir considerablemente el uso de agua para los cultivos, como la realizada por la Facultad de Farmacia y la Escuela Técnica Superior de Ingeniería Agronómica de la Universidad de Sevilla, al desarrollar la técnica llamada de “riego deficitario controlado”, que consiste en reducir al máximo el riego en la fase de cultivo más resistente e ir incrementando el suministro de agua conforme comienza la fase de cultivo más sensible al estrés, consiguiendo un ahorro del 50% en agua de riego. Otras innovaciones son la aplicación de la “agricultura vertical”, que no requiere de suelo para la producción de alimentos y donde todos los recursos que se emplean –agua, fertilizantes, luz, energía– están controlados dentro de un sistema que favorece la recirculación el agua y se optimiza la energía empleada; o la permacultura, un sistema de producción agrícola basado en principios como la conservación del suelo o el bajo impacto ambiental de la producción, etc.
En definitiva, debemos adaptarnos, modificando el paradigma con el que nos hemos regido en las últimas décadas y aprendiendo de las experiencias y las investigaciones que nos brinda la ciencia. Sólo así estaremos preparados para el nuevo escenario que se nos presenta de escasez de agua.
Artículo aparecido hoy en La Crónica del Pajarito:

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