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Ya llevamos dos semanas de confinamiento, en las que solamente nos relacionamos con los demás a través de redes sociales y videollamadas, por aquello de vernos las caras, y en las escasas ocasiones en las que salimos a la calle a hacer las compras imprescindibles, salvo las personas que tienen perro, que pueden salir tres veces al día (afortunados ellos). En estos días estamos siendo testigos tanto de lo mejor como de lo peor de la especie humana.
Entre lo mejor está, por supuesto, la profesionalidad del colectivo sanitario quienes, a riesgo de su propia vida, luchan día a día contra esta epidemia, además de las fuerzas de seguridad del estado que velan por el estricto cumplimiento de las normas establecidas por la situación de alarma, el colectivo docente que trabaja diariamente para que los millones de alumnas y alumnos de todos los niveles educativos no pierdan el curso y los millones de trabajadores que acuden a sus puestos de trabajo para que el país conserve algo de actividad y no se paralice del todo.
Desgraciadamente, esta crisis sanitaria también ha puesto en evidencia los aspectos negativos del ser humano que, si bien es cierto que están presentes en condiciones normales, con esta situación se ha amplificado y se han multiplicado por varios enteros. En primer lugar vemos la estupidez de algunos gobiernos, especialmente los de Gran Bretaña y EE.UU., que pensaron que esto no iba con ellos, que se librarían de la pandemia, pero la realidad les ha alcanzado, y el gigante norteamericano es ya el país con el mayor número de contagiados, unos 140.000, la mitad de los cuales se encuentran en la ciudad de Nueva York.
A nivel europeo, se está demostrando que la UE no está a la altura, una vez más. Cuando la crisis de 2008, Alemania ya se negó a emitir bonos europeos para afrontarla de un modo conjunto, dejando que España, Grecia y Portugal se hundieran. Ahora se repite la historia, y Alemania, Holanda y Austria, que consideran los "coronabonos" poco "morales" y sólo piensan en posibles préstamos con condiciones de rescate, no están dispuestos a que Europa salga del problema como un todo. Esto da pocas esperanzas de crear una verdadera Unión Europea, sino que seguimos siendo un continente de países insolidarios entre sí. Europa es un monstruo hiperinflado de burocracia e instituciones anquilosadas que, a la hora de la verdad, no da respuesta a los problemas reales (inmigración, pandemia, medio ambiente).
A nivel local, aunque es cierto que en España también nos ha pillado por sorpresa, esta epidemia ha hecho resurgir las carencias de un sistema de salud que, a pesar de contar con excelentes profesionales, ha sido sistemáticamente recortado en los últimos años, especialmente desde la crisis del 2008, con la disminución del número de médicos, enfermeras y enfermeros, auxiliares y material sanitario que ahora necesitamos, pero que en épocas normales nos hacia repetir el mantra de tener “la mejor sanidad del mundo”. Entre la clase política, esta circunstancia ha evidenciado la inutilidad de algunas voces, sobre todo entre la oposición, más preocupados en sacar rédito político a la situación que en aportar soluciones, más ocupados en seguir una pose, escondidos tras las banderas y el patriotismo de salón, en lugar de poner a disposición del gobierno el capital humano, que seguro que tienen, para colaborar en la búsqueda de medidas efectivas.
Otro aspecto que nos debe hacer reflexionar es la relación entre los lugares en los cuales se ha desarrollado de forma exponencial la pandemia y los niveles de contaminación. Un estudio de la Sociedad Italiana de Medicina Ambiental (SIMA), en colaboración con las Universidades de Bari y Bolonia, relaciona los casos de contagio por el Covid-19 y la concentración de partículas finas PM10 (partículas sólidas o líquidas de polvo, cenizas, hollín, partículas metálicas, cemento o polen) dispersas en la atmósfera en las provincias italianas. Pues bien, se ha observado en las ciudades más contaminadas, como Brescia, una “aceleración anormal” de la expansión de la epidemia. Si esto se extrapola a los países más afectados, Europa Occidental, EE.UU., China, Japón, Australia, Indonesia, con la anomalía de Irán, como más afectados, seguidos por los llamados BRICS (Brasil, Rusia, India, Canadá y Sudáfrica), países con economías emergentes, además de Argentina, no es difícil establecer esta relación directa.
El sistema económico en el que nos movemos, en el que se han creado dependencias entre los países del llamado “primer mundo” y países, sobre todo, del este asiático, en un momento como el actual, ha mostrado su imperfección. Además de la contaminación y el incremento de las emisiones de GEI, la deslocalización de la producción, motivada por la búsqueda de beneficios a corto plazo, y el comercio de larga distancia hacen que, en situaciones de crisis, se corte la distribución, paralizándose la producción de bienes a nivel planetario.
Todos estos aspectos nos debe hacer reflexionar sobre nuestro sistema, en el que se hace necesario un replanteamiento global, revisando desde los mecanismos de solidaridad y las relaciones internacionales hasta los modos de producción. Ahora vemos que está en juego nuestra propia supervivencia.
Articulo aparecido en eldiario.es:
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