¿Recuerdan la película "La vida de los otros"? ¿Aquella en la que un funcionario de la extinta Stasi (Servicios Secretos de la RDA) pasaba la mayor parte del día (y de la noche) espiando a sus conciudadanos, por orden de sus superiores (por lo que fue absuelto de toda culpa) pero también por la ausencia de una vida propia? Pues eso puede quedar en mantillas, al lado del escándalo de las escuchas ilegales y masivas que la administración Obama ha realizado durante años a ciudadanos y jefes de Estado (hasta 35 líderes internacionales, entre otros Rousseff, Calderón, Hollande y Merkel), extremo conocido a raíz de la información que Edward Snowden, el antiguo trabajador de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA en sus siglas en inglés), filtró a la prensa.
Han sido millones las intercepciones de llamadas, aunque EE.UU. asegura que sólo se trataba de "metadatos", post-moderna expresión para referirse a los números del autor y del receptor de la llamada, su duración, la hora a la que se hizo o la ubicación de ambos, jurando por Snoopy que no se enteraron del contenido de las conversaciones, como si eso restara gravedad a los hechos. Los servicios de inteligencia españoles tienen la fundada sospecha de que la NSA ha rastreado millones de conversaciones telefónicas, SMS o correos electrónicos con origen o destino en España, igual que en Francia o Alemania. El gobierno español se descuelga diciendo que no tiene constancia de esas escuchas, lo que nos revela dos cosas: o bien que la calidad de los servicios secretos españoles deja mucho que desear, o bien que el ministro Margallo no quiere incomodar al amigo americano.
A pesar de la importancia de este tema, que confirmaría que todos estamos siendo vigilados a lo Gran Hermano, el gobierno español, siguiendo los cauces habituales de la diplomacia, se limitará a "llamar a consulta" al embajador norteamericano, para que éste le confirme o le desmienta si somos objeto de espionaje. No me imagino al embajador diciéndole a Margallo: "Sí, lo confieso, hemos espiado a millones de españoles, interceptando sus mensajes de móvil, correos electrónicos y llamadas telefónicas, pero te aseguro que es por vuestra seguridad; bueno, en realidad, por la nuestra, pero no te preocupes, la próxima vez lo haremos mejor, y no nos pillaréis". Por su parte, los líderes europeos, empezando por Merkel y Hollande, no han ido más allá de pedir "que no se repitan" estos hechos, como el que riñe a un niño que ha hecho una travesura, pero no se hace nada para cambiar su comportamiento.
Este asunto merece una reflexión. ¿Hasta qué punto es lícito que, en nombre de la seguridad, se invada de esta forma la privacidad de millones de personas? Aunque se afirme que no se tienen conocimiento del contenido de las conversaciones (cosa que, llegados a este punto, pongo en duda), el hecho de que se sepa a quién se ha llamado, cuánto ha durado la conversación e incluso la localización exacta de las personas en cualquier momento atenta gravemente a la libertad. Y que, precisamente, este espionaje masivo provenga del país que más presume de defenderla, incluso organizando guerras en su nombre, es como poco paradójico.
La comunidad internacional debería exigir inmediatamente que EE.UU. cese estas maniobras y debería poner en práctica algún medio de presión para conseguirlo, como la suspensión del pacto para transferir datos bancarios o de las negociaciones para un acuerdo comercial, tal y como había sugerido la Eurocámara. Sin embargo, la UE no va a hacer nada de eso. Hay demasiados intereses en juego, y todo quedará en meras amenazas por parte de los 28, hasta que se desvanezca la noticia y caiga en el olvido. Nosotros seguiremos con nuestras vidas, aunque con una desagradable sensación cada vez que enviemos un correo electrónico y contestemos o llamemos con el móvil.
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