Hace ya algunos años que saltaron las alarmas. En 2009, científicos y apicultores ya advertían de la drástica reducción de las poblaciones de abejas, debida a varias razones: uso de pesticidas, efecto de un virus, emisiones electromagnéticas, hongos en las colmenas, la contaminación atmosférica o el cambio climático. Dos años más tarde, se constataba que la desaparición de las abejas era un problema global, según un informe de las Naciones Unidas. Las consecuencias de la extinción de las abejas son catastróficas, principalmente por el papel fundamental que juegan en la polinización de las plantas, muchas ellas de importancia económica, por ser de consumo humano.
Hoy mismo, la cadena de supermercados estadounidense Whole Foods, especializada en alimentos ecológicos y de comercio justo, ha imaginado cómo serían sus estanterías si las abejas se extinguieran. El resultado ha sido que el 52% de los productos desaparecerían, entre ellos alimentos tan corrientes como zanahorias, cebollas, aguacates, manzanas, brócolis, pepinos o limones. El 85% de las especies vegetales se reproducen gracias a la polinización realizada por insectos. El impacto sobre la alimentación humana sería terrible.
Según un estudio realizado por el ministerio de Agricultura de EE.UU., cerca de la tercera parte de sus colonias de abejas han desaparecido durante el invierno 2012-2013. Este dato confirma lo que se sospechaba. ¿Qué futuro nos espera sin el efecto beneficioso de estas especies de himenópteros? Como se ve, la consecuencia inmediata sería la erradicación de nuestra dieta de cientos de alimentos, la modificación de los ecosistemas y la acentuación de la ya grave crisis alimentaria, afectada por la especulación con el precio de los alimentos, la presión de los transgénicos, la privatización de las semillas o los monocultivos dedicados a agrocombustibles.
En el pasado mes de abril, la UE decretó la prohibición temporal de tres insecticidas tóxicos para las abejas, pero solo durante dos años, habiendo cedido a las presiones de las multinacionales que fabrican estos pesticidas (Bayer y Syngenta), con la excusa de que no son tóxicos para los humanos. De seguir así, y si no se prohiben de forma permanente estos productos, la agricultura se vería obligada a utilizar métodos manuales de polinización, como ya se está realizando en China, a partir de polen importado, con el consiguiente aumento de los costes y, por tanto, de los precios que pagarían los consumidores.
Aunque para mucha gente, el hecho de que se extingan las abejas supone un mal menor, por puro desconocimiento, este es un ejemplo claro de que la desaparición de una pequeña parte del reino animal tiene un efecto amplificado en los ecosistemas y que afecta directamente a la especie humana. La única solución pasa por la potenciación de la agricultura ecológica, que se adapta a los ritmos de la naturaleza y que, precisamente, aprovecha la inestimable ayuda de los polinizadores naturales, además de prescindir de todo tipo de pesticidas, herbicidas y demás productos químicos tan perjudiciales para la salud.
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