EFE/ Julio César Rivas |
En 2020 se cumplió el límite de las llamadas Metas de Aichi, un conjunto de 20 objetivos encaminados a mejorar la biodiversidad en sus diferentes vertientes, pesquerías, reducción de la pérdida de hábitats, reducción de la contaminación, reducción del consumo desaforado, mantenimiento de la diversidad genética, aumento de la superficie protegida, etc., que se definieron en 2010 en la COP10 de Nagoya (Japón). Sin embargo, y como era de esperar, ninguna de estas metas se ha cumplido. En esta COP15 se pretende renovar este compromiso para el periodo 2020-2030 con estos objetivos más que ambiciosos.
Organizaciones conservacionistas asistentes a esta cumbre, como WWF y Greenpeace, ya han calificado de “cifras vacías, con protecciones previstas sobre el papel pero nada más”, los acuerdos alcanzados. Se calcula que el 75% de los ecosistemas están alterados por la actividad humana y más de un millón de especies están en peligro de extinción. Un estudio de la Universidad de Cambridge ha llegado a la conclusión que en 2100 el 23% de los ecosistemas del planeta se habrán degenerado tanto que habrán desaparecido. Según WWF, el 69% de las especies de fauna salvaje han desaparecido desde 1970, algunas de las cuales ni siquiera han sido descubiertas por el ser humano. Especialmente grave es el riesgo de desaparición del multitud de especies de insectos, muchos de ellos polinizadores, de los que depende la producción agrícola mundial. El 76% de la producción alimentaria en Europa depende de la polinización realizada por las diferentes especies de abejas.
Con estos mimbres, y tal y como ocurre con las cumbres por el clima, la última de las cuales se celebró recientemente en Egipto, asistimos una y otra vez a los buenos propósitos, pero sin compromisos firmes, como lo demuestra el hecho de que ningún jefe de Estado de la UE haya asistido a esta cumbre, que muchos lideres mundiales se hayan limitado a publicar algún tweet sobre el tema, y que EE.UU. (junto con el Vaticano) ni siquiera ha ratificado el Convenio sobre la Diversidad Biológica de 1992, firmado por 196 países.
En septiembre de 1962 se publicó “La primavera silenciosa”, de Rachel Carson, el primer libro divulgativo sobre el impacto ambiental de la actividad humana y de concienciación ecologista. En 1992 se celebró la Cumbre de Río, primera vez que la ONU se plantea reunir a los países miembros para debatir y llegar a un acuerdo en materia de protección de la naturaleza. Sesenta y treinta años después, respectivamente, de los hitos citados, la ONU sigue debatiendo en el vacío sobre qué medidas deben tomarse para frenar la pérdida de biodiversidad y la destrucción de los hábitats. Tras 15 cumbres sobre este asunto, el planeta continúa su degradación. ¿Cuántas cumbres más serán necesarias para revertir la situación?
Artículo que publicado en eldiario.es:
https://www.eldiario.es/murcia/murcia-y-aparte/cumbre_132_9809711.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario