El pasado sábado terminó la XII Cumbre del G20 en la ciudad de Hamburgo, acontecimiento del que hemos tenido más información, por parte de los medios generalistas, de los actos violentos de unos pocos que de los acuerdos alcanzados, como suele ser normal en este tipo de reuniones, en un intento de criminalizar las protestas, mayoritariamente pacíficas, como la ya famosa performance de los zombis que deambulan por las calles de Hamburgo.
Las conclusiones más notables de dicha cumbre no invitan al optimismo, cerrándose con un acuerdo minimalista. En el comunicado final, se enfatizan aspectos que nos alejan de un futuro sostenible y pacífico, como el control de las fronteras frente a la migración, obviando las razones que llevan a millones de personas a huir de sus países de origen para escapar de los conflictos armados, a menudo consecuencia directa de las acciones de los países occidentales durante décadas en esas regiones del planeta.
“Los 20 países más industrializados del mundo no tienen intención de variar un ápice el modelo productivo, acelerando cada vez más nuestra carrera hacia el colapso”
En relación a lo anterior, se ha hablado de terrorismo, implementándose medidas de coordinación entre los países para luchar contra este fenómeno, pero sin ir a las causas últimas que originaron el terrorismo yihadista, las cuales, según los expertos, están relacionadas, entre otras razones, con las nefastas políticas internacionales llevadas a cabo por Occidente desde los años de la “guerra fría”, la invasión soviética de Afganistán, la guerra de Irak, el papel de Irán y Turquía, o el apoyo a la dictadura saudí (miembro, por cierto, del G20). Además, parecen olvidar que la mayoría de los países que sufren las acciones terroristas son los países de origen de los refugiados.
En el transcurso de la cumbre no se han concretado medidas para luchar contra los paraísos fiscales; Oxfam acaba de denunciar que sólo un país, Trinidad y Tobago, aparece en los documentos finales de la cumbre como “paraíso fiscal”, tildando de broma de mal gusto la ausencia de los 15 países calificados como tales en su informe “Guerras fiscales”. La intención de mantener un “mercado abierto” trasluce el dominio de las grandes multinacionales, al afirmarse, desde la cumbre, que “las inversiones internacionales son motores importantes para el crecimiento, la productividad, la innovación, la creación de empleos y el desarrollo”. Es decir, nada nuevo bajo el sol. Los 20 países más industrializados del mundo no tienen intención de variar un ápice el modelo productivo, acelerando cada vez más nuestra carrera hacia el colapso.
Buena prueba de ello la tenemos en la negativa de EEUU (y de Turquía) a confirmar el Acuerdo de París contra el Cambio Climático, como ya había anunciado Trump el pasado 1 de junio, por “colocar en permanente desventaja a la economía y a los trabajadores estadounidenses”, según palabras del propio presidente del segundo país que más gases de efecto invernadero emite del mundo, con un 15% del total, sólo por detrás de China, que emite el 30%. La buena noticia la encontramos en la clara intención de los demás 19 países del G20 de seguir trabajando en la aplicación del Acuerdo de Paris.
En resumen, creo que esta cumbre no supone ninguna sorpresa, y que el modelo económico imperante, basado en el crecimiento económico como dogma, que tantas desigualdades crea entre el Norte y el Sur, seguirá en las agendas tanto de los países más industrializados del mundo, que forman parte del grupo del G8, como de los llamados países emergentes (Brasil, México, India, China, Sudáfrica, etc.), además de la UE. Deberemos esperar, mientras seguimos exigiendo que es urgente cambiar el paradigma, para asegurarnos un futuro ambientalmente sostenible, y socialmente justo.
Artículo aparecido hoy en La Crónica del Pajarito:
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