Esta semana se celebra en toda Europa y EEUU el llamado “Black Friday”, el viernes negro del consumismo, que, desde hace unos pocos años, ha llegado a nuestro país. Esta costumbre procedente de EEUU (como el fast food, Halloween, los reality shows, los programas televisivos de búsqueda de talentos o el pilates) ha impregnado el imaginario de la sociedad española. En origen, esta apelación hacía referencia al caos circulatorio que había en las calles de algunas ciudades norteamericanas el viernes posterior al Día de Acción de Gracias (que se celebra el último jueves de noviembre), día festivo en EEUU, en el que se aprovechaba para hacer compras de cara a la Navidad.
Poco a poco, se convirtió en el pistoletazo de salida de las compras compulsivas, con rebajas incluidas. España se ha sumado a esta moda, ampliándose incluso este período de compras a toda la semana. Se calcula que, de media, cada ciudadano español se va a gastar en estas fechas cerca de 200 euros en compras, muchas de ellas innecesarias. Las asociaciones de consumidores advierten de que, en estas supuestas ofertas irresistibles, puede haber indicios de fraude, pues algunos establecimientos inflan los precios unas pocas fechas antes del famoso viernes para, y tras aplicarles el porcentaje de rebaja, quedarse casi al mismo precio que poco antes de esa inflación.
"De nuevo el recurso, fomentado por el propio gobierno, de apelar al consumo como motor de la economía, alentando el endeudamiento de las familias"
De nuevo asistimos al recurso, fomentado por el propio gobierno y sus canales de comunicación oficiales, de apelar al consumo como motor de la economía, alentando el endeudamiento de las familias como medio de encontrar, supuestamente, la felicidad. Las familias españolas tenemos un nivel de endeudamiento que supera los 700.000 millones de euros (el 70% del PIB), aunque es cierto que este nivel ha descendido en los últimos meses. Pero estas campañas de fomento del consumo no ayudan a reducirla, sino todo lo contrario.
Además, es bien sabido que los aumentos en el consumo desenfrenado, que es lo que nos pretenden inculcar con estas campañas, traen consigo una serie de consecuencias, muchas de ellas indeseables: el aumento de las desigualdades sociales; la generación de frustraciones entre las personas que no pueden permitirse ese gasto; la dependencia, por parte de ciertas personas, a la posesión de objetos, muchos de ellos de usar y tirar y claramente innecesarios; y, a nivel global, una mayor presión social y ambiental hacia terceros países, donde se fabrican casi todos los productos (sobre todo ropa, ordenadores, teléfonos móviles, etc.), en condiciones de explotación laboral y contaminando, a menudo, el medio que les rodea, debido a una mayor laxitud en la protección del medio ambiente en esos países.
Sumado a eso, el consumismo, es decir, la compra compulsiva de productos, acrecentada por la influencia de la publicidad, base del sistema capitalista, condenado a crecer continuamente para asegurar su perpetuación, es causa directa del agravamiento del cambio climático, por el aumento en el uso de los recursos naturales y en la generación de residuos. Recién acabada la Cumbre del Clima de Marrakech COP22, no parece que se vislumbre en nuestra sociedad cambio alguno para intentar mitigar los efectos del cambio climático, empezando por una modificación en los hábitos de consumo, pasando a ser un consumo responsable, es decir, aquel que se adapta a nuestras necesidades reales, minimiza los impactos en el medio ambiente, disminuyendo nuestra huella ecológica, y permite la igualdad social.
Pero el consumo responsable lo tiene difícil en nuestra sociedad. Si ustedes consiguen superar este dichoso viernes, enseguida nos llegan otras fechas, Navidad, Reyes, San Valentín, días del padre y la madre... todas ellas convenientemente precedidas por campañas publicitarias para que no podamos sustraernos al encantamiento de las compras. Suerte.
Artículo aparecido hoy en La Crónica del Pajarito:
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