Hemos comenzado este mes de septiembre con un nuevo récord de temperaturas, tal y como está ocurriendo desde hace meses, confirmándose una vez más lo que muchos científicos advierten desde hace años, que el cambio climático prosigue su avance de forma implacable, sin que los gobiernos en sus diferentes niveles (municipal, autonómico y nacional) hagan nada para siquiera intentar revertir.
Uno de los efectos colaterales de este aumento de temperaturas debido al cambio climático es la proliferación de incendios forestales que, verano tras verano, arrasan miles de hectáreas, a veces en las mismas zonas quemadas anteriormente, dañando no solamente montes y espacios naturales, sino, cada vez más a menudo, núcleos urbanos habitados. En lo que llevamos de año 2016, y según datos del propio Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente, se han producido 13 grandes incendios, es decir, aquellos en los que se han quemado más de 500 hectáreas, llevándose por delante casi 40.000 has. de superficie forestal. Según esos mismos datos, desde 2006 se han quemado una media de 80.000 has. de superficie forestal al año, con dos años especialmente aciagos, 2006, con 140.000 has. quemadas, y 2012, con 180.000 has.
“Que se apliquen rigurosamente las penas a quienes incendian de forma premeditada miles de hectáreas de monte”
Es significativo que el 96% de esos incendios son debidos a la mano del ser humano, el 55% de los cuales se originan de forma intencionada, y el 23% por negligencias (quema de rastrojos de forma incontrolada, colillas…). Muchas organizaciones ecologistas denuncian que la inmensa mayoría de los fondos destinados a los incendios se dedican a la extinción, y no a la prevención. Es significativo que la gran mayoría de grandes incendios se producen en bosques artificiales, principalmente pinares de repoblación y matorral sujetos a manejo agrícola y ganadero, mientras que se ven menos afectadas aquellas masas forestales mejor conservadas, con bosques maduros de especies autóctonas (encinas, robles, alcornoques…).
Como temían las organizaciones ecologistas y la oposición, la reforma de la Ley de Montes perpetrada por el PP en enero de 2015 no ha hecho más que agravar la situación. El artículo 50 de la polémica ley permite recalificar terrenos quemados cuando “existan razones de interés público”, abriéndose la puerta a cambios de uso del suelo tras la quema de superficie forestal. La reforma, en 2015, del Código Penal en relación a las penas por provocar incendios de forma intencionada sigue siendo bastante laxa, con penas de prisión de tres a seis años. Según datos de la Fiscalía de Medio Ambiente, en los últimos 10 años se han producido más de 160.000 incendios. Sin embargo, sólo 325 personas han sido condenadas. De éstas, solo 8 ingresaron en prisión, sin que, además, se cumplan las penas íntegras. El resto evitaron la prisión porque recibieron penas menores a dos años.
Es necesario que se apliquen de forma rigurosa las penas a aquellas personas que, de forma casi impune, incendian de forma premeditada miles de hectáreas de monte, constituyendo una de las facetas más letales de delito ambiental, por lo que no pueden ser tratados de forma condescendiente por parte de las autoridades judiciales. Al mismo tiempo, la legislación relativa a la recalificación de terrenos quemados debe ser mucho más restrictiva, para impedir definitivamente los cambio de uso con fines especulativos. Por último, no hay mejor prevención de los incendios que el mantenimiento de la forma más natural posible de nuestros montes, con repoblaciones con especies autóctonas, evitando los monocultivos e involucrando a las poblaciones locales en la conservación de los bosques.
Los incendios forestales son, en España, uno de los problemas ambientales más graves. La falta de voluntad real de las distintas administraciones para solucionar este problema nos puede costar muy caro, sobre todo con el agravante de las consecuencias del cambio climático, que puede suponer que la superficie forestal española se vea drásticamente reducida en los próximos años. Como rezaba un conocido eslógan de los ’70, “cuando el monte se quema, algo tuyo se quema”. El problema es que, para algunos, el monte es algo ajeno, o solamente lo ven como una fuente de ingresos, pero no como un patrimonio que hay que cuidar y proteger para las generaciones futuras.
Artículo aparecido hoy en La Crónica del Pajarito:
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